martes, 31 de agosto de 2021

Mis Inicios
por Nacho

MIS INICIOS

Por Nacho

 

Cuando iniciamos como novios teníamos 23 años, y ella —aunque muy alegre y extrovertida— al ser cristiana tenía la enseñanza de llegar virgen al matrimonio. Así que mis intentos por tocarle una tetica fueron rechazados, sin embargo poco a poco y con paciencia, logré ir teniendo caricias más interesantes. Ya luego era tanta la lujuria de nuestros besos y caricias que la tentación ganó y digamos que ya teníamos sexo (lo digo así porque lo hacíamos sin penetración para cuidar su virginidad). Ella me pedía que lo hiciéramos en forma de cucharita, o sea, yo la abrazaba por detrás de forma que mi pene rozaba sus labios y clítoris (yo trataba de hacerle trampa pero creo que en esa posición y quizá el tamaño de mi pene no me alcanza).

Un día, sin querer, me encontré con un mensaje que le iba a enviar a un primo donde le decía que tenía un amor de verano, que a mi me quería mucho pero que con ese muchacho se sentía muy bien. Eso me causó celos, angustia y ganas de descubrir quién era el tipo. Así que no le armé show sino que traté de indagar e investigar.

Ella trabajaba de lunes a viernes en una ciudad a dos horas de donde vivíamos, allí se hospedaba en la habitación que había arrendado a una amiga. Lo primero que supe fue que desde hacía algunas semanas ya no se quedaba en casa de su amiga. Eso me dio muy duro, se me aceleró mucho el corazón, de pensar que estaba viviendo con su nuevo amor. Con eso tomé valor y la enfrenté indicando que había visto su mensaje (pero no dije nada sobre su mudanza) y me confesó que sí se había besado con alguien pero nada serio.  Al ver que me mentía le pregunté que dónde estaba viviendo y me dijo que donde yo ya sabía, así que le dije que había averiguado y que sabía que hace algunas semanas que se había mudado. Creo que se sintió tan acorralada que me contó toda la verdad: me confesó que por economía había aceptado la invitación y se hospedaba en la casa de su amigo.

Yo me puse a llorar pensando lo peor, pero me dijo que no habían tenido sexo. Bueno, al menos no del todo. Que sí dormían juntos, se besaban, se tocaban, pero con ropa. Yo no le creí y deseaba encontrar la manera de hacerla confesar, así que una y otra vez, y sobre todo mientras teníamos sexo, le pedía que me volviera a contar como había sido. Y claro, logré hacerla caer.

Me contó que un día se habían bañado juntos pero que ella no se había dejado ver de frente y que él solamente le había enjabonado su cuerpo con mucho respeto. Y que solo durante una de las noches que había pasado con él, se habían besado tanto que ella había notado que él se había venido. Aun así yo no quedaba tranquilo pues sospechaba que podía haber pasado algo más.  yo esperaba que me contara algo diferente y especialmente que si habían tenido sexo, tanto que le decía que no me iba a molestar si me contaba todo y hasta llegue a desear que hubiera pasado.

Luego ella me aseguró que no había nada más que contar pero como yo seguía preguntando, comenzó a contarme de sus relaciones anteriores.

Me cuenta que su relación anterior fue justamente con el primo al que le escribió el mensaje; un hombre casado veinte años mayor, que fue a hacer vida a otro país pero hacía tres años regresó por un par de meses, sin la familia, y cuando llegó se hospedó en su casa.

Todo empezó porque a ella le dolía la espalda y él se ofreció a hacerle un masaje, le dijo que estuviera en la cama sin brasier. Él le hizo un buen masaje pero al pasar sus manos por los lados de su espalda, rozaba el inicio de sus senos y esto le produjo una sensación placentera. Ella sabía que esto no estaba bien pero no dijo nada. Él, ante la ausencia de una negación, terminó apoderándose de sus senos completamente. Ese día se sintieron culpables y lo dejaron ahí, pero ambos sentían la urgencia de continuar con el masaje y así lo hicieron al otro día, otra vez de forma "inocente". Solo que ahí ambos sabían lo que querían y terminaron besándose desnudos haciendo el amor con la pasión de la primera vez pero con la experiencia y buena conducción de un hombre experto, que con su amor de primo tuvo el cuidado de hacerla llegar al cielo no una sino dos veces. Eso sí, sin penetrarla: él fue quien le enseñó la manera de hacerlo, que después me enseño a mí.

Luego él la invitó a que lo acompañara en sus viajes a otras ciudades donde lo hacían al despertar, al mediodía y por la noche.  Ella lo esperaba ansiosa, con ropas muy sensuales, incluso una vez totalmente desnuda.  También me contaba de posiciones que me dieron a pensar que era casi imposible que realmente no se lo hubiera metido, una de ellas donde él estaba sentado en una silla y ella se sentaba sobre él. Estas historias y esa duda me hacían desear con mayor fuerza querer penetrarla, sin embargo ella muy hábilmente lograba moverse de modo que no entrara.

A esas alturas yo también empecé a desear que hubiese más historias similares y siempre que hacíamos el amor le pedía que me contara algo más.  Una cosa interesante que ocurrió es que ella comenzó a asistir a un gimnasio donde también ofrecían un masaje reductor, que era aplicado por el dueño del gimnasio, que según ella era un tipo bastante atractivo. Ella obviamente debía tenderse en la camilla en ropa interior, lo cual ya era excitante para mí. Y me cuenta que el tipo empezó a rozar su conejito cuando hacía el masaje en la parte interna de sus muslos y que cuando él masajeaba sus nalgas ella sentía mucha excitación especialmente cuando sus dedos pasaban entre sus nalgas.

No me atreví a decirle de frente que hiciera lo que me empecé a imaginar, y era que el tipo le propone que —para mayor comodidad— quitarse los pantis (que de hecho ella usaba hilo para facilitarle el trabajo de las nalgas) y así en esa sesión el tipo, al pasar del interior de sus muslos a sus nalgas, pasaba ya descaradamente sus dedos rozando sus labios. Quizá ella se excitaría tanto que no podría apagar un gemido de placer con el cual él recibía la aprobación para detenerse por largo tiempo en su vagina y hacerla llegar a la gloria.

Al cambiar ese trabajo ella dejó de ir al gimnasio y no dio el tiempo para que se diera mi fantasía.

A todo esto llegó a ser tan fuerte el sexo que su asunto de cuidar la virginidad a sabiendas de que realmente al menos su mente y sentidos no eran vírgenes empezó a carecer de sentido. Entonces lo empezamos a hacer sin ninguna restricción, pero siempre estimulados por una historia. Pero como se agotaron, empezamos a crear fantasías. Una obvia era imaginar que se volvían a encontrar con su primo y ahí iban a recrear todos los polvos, ahora sí, con penetración, que habían impedido tantas veces, e imaginábamos con las ganas con las que él iba a aprovechar dicha oferta.

 

Mientras tanto decidimos casarnos, disfrutamos nuestra luna de miel, pero yo ahora quería que las fantasías se volvieran realidad. Así que le propuse que volviera a hablar con su primo, quien ahora vivía en Panamá, que recordaran viejos tiempos y que le dijera que queríamos ir de vacaciones a visitarlo.  Efectivamente ellos hablaron y tal como lo imaginé fue fácil que llegaran a planear que en esa visita se la iba a coger al menor descuido mío. Ella esa noche me contó lo que habían hablado y culiamos como locos. En un momento le pregunte:

—¿En verdad serías capaz de comértelo a él?

Yo creí que me iba a rechazar de plano, pero me contestó con la pregunta:

—¿Tú me darías permiso?

Yo arremetí con una penetración profunda.

—Si tú me cuentas todo, sí.

—Pues vayamos y te pongo unos cuernos bien ricos.

Así que organizamos el viaje y nos fuimos. Claro, una cosa era fantasear y otra estar planear y ejecutar el plan. Los nervios y la emoción eran grandes, pero también dudaba si en realidad sería posible. El viaje se organizó en una fecha donde su esposa estaba visitando a sus hijos que vivían en otro país, y por eso podríamos hospedarnos en su casa sin problemas.

Una vez llegamos nos acomodó en la pieza de huéspedes y esa noche culiamos diciendo que ella finalmente iba a ponerme los cuernos. Aunque tuvo una gran explosión que pensé la iba a dejar rendida y sin la energía mental para querer hacerlo, fue todo lo contrario, quería más. Así que planeamos que fuera a la pieza de él y, si se asustaba y preguntaba, dijera que yo tenía un resfriado y no dejaba prender el aire y ella se moría de calor, así que me había convencido que la dejara dormir en un catre que él tenía en su habitación.

Él le abrió la puerta y ella entró y cerró de nuevo. Yo sentía el corazón en la garganta, tenía muchos nervios, era una contradicción de sentimientos entre querer que se cumpliera la fantasía y ella la gozara, y la sensación de celos.  Pero también me moría de la curiosidad y la ansiedad por saber si realmente lo estaban haciendo, tanto que me acerqué a la puerta tratando de escuchar algo que me diera un indicio. Y efectivamente escuché algo que interpreté como el rechinar de la cama, sonido que también podría ser ruido de animales y no podía tener la certeza. Finalmente me regresé y me masturbé pensando que estaban gozando como locos y me quedé dormido. Ella regresó en la madrugada y para mi frustración me dijo que se había acostado en el catre y no había pasado nada. Yo no sabía si creerle y me quedé con las ganas.

En esos días fuimos a una excursión a la Isla Contadora, que a mi juicio tiene unas de las playas más hermosas del mundo. Pero algo más interesante es que algunas de ellas permiten el topless. Yo le dije que por qué no lo hacía también y me dijo que sí pero con una condición: que aplazáramos el regreso una semana más, lo cual parecía sensato considerando lo chévere de la isla pero me dio a pensar que quería pasar más tiempo con su primo, así que le indagué realmente que había pasado esa primera noche, y me dijo que sí había pasado, que no me había contado porque a pesar de que le había dado permiso sentía vergüenza y temor de que yo realmente fuera a molestarme. Le aseguré que no, que habíamos sido muy claros y que al disfrutarlo en nuestras fantasías ya lo había asimilado, así que sintió la confianza y me contó que tan pronto habían cerrado la puerta y ante la tranquilidad que le había dado su comentario de que yo no estaría molestando se fusionaron en un apasionado beso donde las manos acariciaban ese cuerpo que tanto había disfrutado hacía ya más de seis años. La acostó ya desnuda sobre la cama y ella le dijo “ahora sí es toda tuya esta cuquita que tanto me cuidaste y yo quiero saber que es sentir tu pene bien dentro”.

Él se sorprendió porque ella antes llevaba todo su bello púbico mientras ahora era completamente calva y con una piel muy suave por cuenta de la depilación con láser que se había hecho por mi insinuación. Así que primero quiso besarle esos suaves labios pero ella estaba tan deseosa que no aguantó y tomó su cabeza hacia arriba y le suplicó clávamela de una vez. Esa noche lo hicieron tres veces pues él quería probar cómo se sentía metérsela desde todas las posiciones posibles.

Luego de que ella terminó de contar yo estaba completamente excitado, no solo por su relato sino porque me estaba pidiendo quedarnos una semana más con el único propósito de poder disfrutarlo muchas otras veces. Le dije que listo, trato hecho. Sin embargo me dio una advertencia que no esperaba, me dijo bueno, el hecho de que tú me estés dando permiso no significa que tu vas a salir a hacer lo mismo con otras mujeres. Aunque me pareció muy injusto en ese momento no consideré prudente discutirlo pues eran tantas mis ganas de que ella volviera a estar con su amante muy cerca a mí, que le dije que sí, que yo con su infidelidad para qué necesitaba la mía.

Así que ella se quita su top y me da otro de los momentos más eróticos de mi vida y es verla con sus hermosas tetas al aire, delante de otros hombres, que entre otras cosas en su mayoría eran extranjeros, tipos altos, monos de ojos verdes. Obviamente la gente no se la pasa mirando descaradamente pero pues claro que miran. Y eso posteriormente daría pie para crear nuevas fantasías.

Ese día llegué a llamar a la aerolínea a cambiar la fecha de regreso, con una penalidad alta que pagué con gusto. Mientras yo estaba en el baño ella fue a buscarlo y contarle que nos íbamos a quedar una semana más porque ella quería tener dos amantes esos días. Él, allí mismo y de pie, nuevamente la hizo suya y decidió organizar mejor su trabajo para poder acompañarnos más a los paseos a las playas.

Inventaban cualquier oportunidad para culiar, incluso ya no tenían tanto cuidado, a estas alturas sin él estar tan seguro de mi permiso veía que yo no me presentaba molesto sino muy amable entonces ya no tenía temor.

En una playa muy propicia para snorkel, como solo teníamos dos caretas, él primero se ofreció a ir conmigo a mostrarme los peces y corales en un arrecife cercano, luego era el turno de mostrarle a ella y cuando se perdieron a la vuelta de la playa y lejos de mi vista, ubicaron una boya grande y él le baja el panty y se lo hace allí mismo, sin percatarse que había un barco anclado relativamente cerca que después los asustó, pues al descubrirlos les hizo coro con su gran bocina.

En otra oportunidad fuimos a bucear. Cuando salimos y debíamos ir a las duchas a cambiarnos ella prefiere entrar a la ducha de los hombres y le pide a él que le ayude a quitar el traje, sin importarle mucho que los otros hombres allí notaran la situación, yo mientras tanto cuidaba afuera los equipos.

Ahora por las noches la dinámica cambió un poco, pues una noche ella me dijo que prefería ir primero a culiar con él y luego cuando llegó le pregunte como le había ido y para darme la mejor prueba pasó sus dedos entre sus labios y luego me mostró cómo se estiraba el moco del semen entre sus dedos.  Yo no la deje ducharse y a mismo la enculé para completar de llenarla de leche.

Pero el tiempo pasó rápido y en la despedida hubo largos abrazos y hasta lágrimas con la promesa de volvernos a ver muy pronto.

 

FIN

Les dejo mi mail por si alguien quiere pedirme algún detalle: nachobucara@gmail.com 


jueves, 7 de enero de 2016

La Revolución de los Cornudos
por Licurgo el Espartano

Un relato delirante, fantástico, sobre un submundo cornudo diríamos... grandilocuente. Una historia rara y divertida. Con ustedes...

La Revolución de los Cornudos

Autor: Licurgo el Espartano

Era momento de hacer algo, la cosa no podía seguir de esa manera. No se trataba solo de mi caso, sino también el de varios amigos y conocidos. A todos nos corneaban nuestras mujeres o novias, y a todos nos estaba hartando la situación. Fue así que decidimos juntarnos, charlar y ver que se podía hacer al respecto. Comenzamos a reunirnos en un bar de Villa Pueyrredón, aquí en Buenos Aires, alrededor de diez o doce hombres, todos víctimas de la infidelidad de nuestras parejas. En un principio la cosa sirvió para hacer catarsis, ya que cada uno contaba su caso particular y aprovechaba para desahogarse por su situación. Ahí estaba Pedro, por ejemplo, al cual su mujer Graciela lo había hecho cornudo con más de 20 machos. Pedro había ido conmigo al colegio secundario, y si bien no éramos muy amigos, ahora existía algo que nos unía y nos obligaba a actuar en consecuencia. O el caso de Osmar, un muchacho más joven que nosotros (tendría unos 20 o 21 años), cuya novia era conocida por todos en el barrio como “la chupapijas”. Era una pendeja atorranta que le tiraba la goma a cualquiera, y que degustaba la leche con muchísima devoción. También estaba Marcelino, éste si amigo mío, a quien su mujer Catalina lo engañaba con un macho fijo que le hacía usar a él bombacha y corpiño, y lo mandaba a hacer las compras con una pollera. Así varios más. Pero mi caso, yo soy Ángel, era bastante complicado. Silvia, mi señora, era (y aún lo es) adicta al gangbang. Rocamora, su macho, la paseaba por cuanto club swinger había y la hacía coger por hordas enteras de hombres que le llenaban el culo, la concha y la boca de semen. Recuerdo como llegaba a casa en ese entonces, oliendo a macho y esperma, hecha un trapo cada fin de semana. Rocamora, además, traía a sus amigos a casa dos veces por semana para cogerse a mi mujer, y puedo asegurar que nunca bajaban de los 12 o 15 machos por sesión. Yo tenía que abrirles la puerta y hacer de anfitrión, sirviendo bebidas y acomodando la ropa de todos ellos. En fin, así estábamos la mayoría, todos absolutamente podridos de ser los cornudos de nuestras minas y los forros de sus amantes. Por eso decidimos unirnos para hacer frente a lo que nos estaba pasando.
El que hizo las veces de conductor ya desde las primeras reuniones fue Rubén (cornudo de Yolanda, una colorada tetona y terriblemente puta, más fácil que la tabla del 2). Él nos dio a entender que si no nos organizábamos con un programa claro, nunca podríamos frenar la infidelidad de nuestras mujeres. La idea era luchar contra el engaño y la traición, pelear por una sociedad sin corneadores ni cornudos. Para eso tendríamos que estar dispuestos a arriesgarnos y llevar a cabo acciones fuera de lo común; incluso utilizar la violencia si fuera necesario. Fue así que decidimos organizarnos por grupos (en un principio de carácter zonal, ya que se habían acercado tipos que venían de barrios aledaños), con tareas concretas para cada caso. La primera actividad planeada consistía en hacer “inteligencia” por el barrio en cuestión para concientizar a maridos u hombres desprevenidos que no sospecharan que sus esposas o hembras les ponían flor de cornamenta. Recuerdo mi primera “misión”, que compartí con Rubén (quien pronto se convertiría en “Comandante Rubén”), el “loco” Sebastián (un personaje cuya novia trabajaba en una oficina donde se la cogía hasta el cadete), y Marcelino, a quien ya he presentado. Luego de investigar por un par de días a una pendeja que vivía frente a la estación de trenes de Villa Pueyrredón (tendría unos 25 años), descubrimos que ni bien su marido Esteban se iba a laburar, ella colmaba la casa de machos. Nos turnábamos con los compañeros, todos parapetados dentro de la estación donde se veía el frente de la casa, y podíamos observar como tipos diferentes entraban y salían del domicilio en ese lapso de ocho o nueve horas en que el esposo estaba ausente. Ingresaban de a uno, de a dos, de a tres; y yo juro que he visto entrar a siete tipos juntos una tarde de martes. Cuando lo hablamos con el marido, él no nos quiso creer:
-No, ustedes están locos, mi Romi es una mina fiel. Es cierto que sale con sus amigas los fines de semana; a veces se va un sábado a las 10 de la mañana y no aparece hasta el domingo a la noche. Yo no la puedo ubicar porque su celular está siempre apagado. Pero ella me jura y perjura que es porque los teléfonos andan mal, que siempre se va la señal o lo dan por apagado. Además yo no tengo porqué desconfiar -aunque me parece raro que si me dice que se va a bailar salga tan temprano los sábados o no me lleve nunca a mí- porque la confianza es lo que fortalece a la pareja. No, señores, yo no les voy a hacer caso a ustedes- nos decía.
Luego de varios rodeos para convencerlo, el tipo aceptó que espiáramos a la mujer desde la terraza de su casa un día cualquiera de la semana. Ese día Esteban llegaría antes de su trabajo, entraríamos sin hacer demasiado ruido (los cinco que éramos en total), y comprobaríamos o no lo que estábamos investigando. Así fue que entramos a la casa un jueves por la tarde. Creo que nadie hubiese sospechado de nuestra presencia porque ni bien ingresamos a la vivienda el sonido de los jadeos y la evidente situación de garche hacían prácticamente imposible que alguien se percatara de nosotros (o de cualquiera que hubiese entrado). Subimos sigilosamente una escalera, nos acomodamos y pudimos ver a través de un ventanuco de la terraza la orgía que estaba teniendo lugar en el patio cubierto de la casa. Romina, la mujer de Esteban, era poseída simultáneamente por ocho tipos. Chupaba dos pijas, pajeaba dos más, tenía una verga en la boca y la otra en el orto, mientras los dos restantes le masajeaban brutalmente las tetas. Había que reconocer que el espectáculo resultaba fascinante.
-No, mi Romi no, no puede ser… –sollozaba en voz baja Esteban.
Los machos la culeaban a Romina sin contemplaciones.
-¡Pedazo de puta! ¡Ahí tenés poronga, cerda!- le gruñían mientras la enfiestaban.
-¡Sí! –Gritaba ella como una puerca renegrida- ¡quiero vergas y leche!
-Te vamos a dejar toda la leche en la concha y el culo para que después el cornudo de tu marido te pase la lengua por ahí. Pero primero vas a tragar bastante esperma por la boca. Eso sí, ¡le vas a dar muchos besos al cornudo para que sienta todo el sabor de nuestras leches, atorranta!
-¡Siiiii! Hijos de puta…estoy hecha una comilona… ¡quiero que me cojan en honor al guampudo!
Y la muy puta reía. A todo esto Esteban estaba llorando sin emitir sonidos. Desconsolado y avergonzado, amagó a levantarse. Lo paramos en seco. Luego le hicimos señas que teníamos que salir de ahí y entendió. No tenía demasiadas fuerzas, evidentemente. Una vez afuera, lo convencimos que lo mejor era actuar de manera planificada. Íbamos a regresar al día siguiente con varios compañeros más, para sacar a estos tipos de la casa, y que él se encargara después de ponerle los puntos a la mina. Y así fue. Al día siguiente tendríamos nuestro “bautismo” de fuego. Con cinco compañeros más de la organización nos aparecimos de improviso en el domicilio de Esteban y junto a él expulsamos a golpes y patadas a los tres machos (esta vez eran menos) que se estaban culeando a Romina. Nos quedamos y fuimos testigos de cómo su marido la puso en “caja” a los gritos y fuera de sí (estaba claro que nuestra presencia lo envalentonaba, al mismo tiempo que la putita se percataba que Esteban no estaba sólo en esta patriada). A partir de ese día la mujer empezó a hacer buena letra y el marido se convirtió en parte integrante de nuestro grupo.
Pero más allá del éxito inicial, las cosas no eran tan sencillas. Resultaba extremadamente difícil convencer a los cornudos de su condición. Muchos lo negaban de manera terminante. Les costaba reconocer el hecho de tener por compañeras a reverendas putas arrastradas con la boca, la concha y el culo tan fácil. Hasta que por fin se sometían a las incontrastables evidencias de lo empírico. Ahí caían en la cuenta con qué clase de putitas atorrantas estaban casados o en pareja. Aunque peor era el caso de aquellos que se sabían cornudos, y que aceptaban de buena gana el perverso juego al que eran sometidos por sus esposas o mujeres y por los machos pijudos que las ensartaban. A muchos les encantaba ser humillados, y era prácticamente imposible modificarles su razonamiento de buenas a primera. La cosa requería de un profundo trabajo de concientización, mechado, por supuesto, con acciones precisas y concretas que demostraran que la organización no se quedaba sólo en la “teoría”. No obstante, tuvimos que lidiar cada uno de nosotros (los que estuvimos en las reuniones fundacionales del grupo) con nuestras situaciones particulares y obrar en consecuencia. Participamos de las acciones contra nuestras putas mujeres y sus machos dominantes, y puedo asegurar que la situación se nos complicó en más de una ocasión. A Rubén, el “comandante”, le costó muchísimo hacer entrar en razón a su mujer Yolanda -la colorada tetona- porque se trataba de una mina que poseía una determinada cantidad de machos a los cuales hubo que ir ahuyentando de a poco. La muy turra tenía ¡34! tipos que decían ser cada uno de ellos el amante principal. Luego vendría el resto (ya saben, un amigo, que trajo a otros amigos, después aparecieron los conocidos; en fin, un desfile impresionante de machos), que en tres meses de acciones por parte nuestra aparecieron varios por la casa, y que llegamos a contabilizar y eran más de 120. La cosa fue que no se ponían de acuerdo ni ella ni sus machos sobre quiénes eran los oficiales, y quiénes los segundos. Hasta que la turra puta le dijo directamente a Rubén:
-Perdóname mi vida, es que me cogen tantos que ya no sé quién es quién. Fui la puta de tantos hombres que se me olvidó quién era el macho principal, si alguna vez lo hubo. Pero te prometo que mañana limpio la casa, junto los forros enlechados de hace meses, ventilo y tiro desodorante para despejar el olor a pija, huevos y semen que hay impregnado en el ambiente, y te soy una mujer fiel. A partir de mañana todo será distinto, ya vas a ver.
Y la puta cumplió, al menos por un tiempo. Pero vale aclarar que buscábamos al macho o a los machos principales de todas ellas, para escarmentar y dar una lección al resto. Así resultaba más fácil ponerles los puntos a estos aprovechadores. Pero estaba claro que el grupo no podía mantenerse con un funcionamiento precario. Digo esto porque a veces las reuniones se tornaban un verdadero caos en donde cada cual decía lo que se le ocurría y todo quedaba en la nebulosa. Nos pisábamos al hablar y muchas discusiones se perdían sin poder sacar de ello nada en limpio. Era necesario entonces darle un carácter orgánico a las actividades de conjunto. Empezamos a planificar cada reunión con un temario bien definido. Cada cual tomaba la palabra y todo se decidía en función de la discusión (ordenada) colectiva. Incluso propusimos una instancia que denominamos “Plenario Superior” donde coincidíamos todos los integrantes de la organización, y donde definíamos cuestiones relacionadas con el mediano y largo plazo. Allí armábamos la estrategia anual para actuar en cada zona, y también las formas de implementación de los “talleres de concientización”, espacio que destinábamos a tratar de recuperar a los cornudos que todavía no se asumían como tales, o simplemente aquellos que se sentían a gusto con su condición. En ese trajín encontramos el nombre apropiado para el grupo: Cornudos Organizados para la Liberación (COL). Las formas organizativas se terminaron de delinear una vez que establecimos que  COL iba a contar con un Comité Ejecutivo que podría ratificar las decisiones más salientes del Plenario Superior o vetarlas y modificarlas por la línea más adecuada de actuación según su criterio. Este Comité Ejecutivo (CE), estaría compuesto por Rubén el Comandante, el “Loco” Sebastián, Marcelino, Osmar, yo, y el “Hacha”- un cornudo sin remedio, que se hizo cargo del hijo que le habían hecho entre varios machos a su mujer, que se hacía culear sin forros y sin pastillas, y se la cogieron tantos que un día quedó embarazada y no sabía de quién.
No obstante, quisiera contar como fue que cada uno de nosotros terminó siendo representante de una organización que en poco tiempo iba a tener un crecimiento vertiginoso (esto complicó muchísimo su manejo y conducción, por otra parte). Por ejemplo, el caso del dirigente principal de COL, Rubén “el Comandante”, que ya he comentado brevemente. Primero me gustaría destacar que fue él quien impulsó nuestra “rebeldía”-el autor intelectual de toda nuestra gesta- y que fue a él a quien se le ocurrió que podría torcer el rumbo de los acontecimientos enfrentándose directamente a los caprichos de la puta colorada y de su interminable harén de machos. Aunque era perfectamente consciente que sólo no podría conseguir nada. Fue por eso que se puso en contacto con Marcelino, quien luego habló conmigo. Yo a su vez lo contacté a Pedro, y así sucesivamente. A partir de allí se convirtió en el líder natural de un grupo que estaba dando sus primeros pasos. Con el correr del tiempo fue forjando una personalidad astuta, fría, que esperaba el momento justo para decir lo que había que decir y alterar el rumbo de cualquier decisión de COL. Se había transformado en un conductor nato.
Por su parte, Sebastián, el “loco”, fue uno de los dirigentes más exaltados de COL. El profundo encono que sentía por lo que su novia le hacía (era la putita de los cuatro jefes de la oficina donde trabajaba, que se la cogían en patota y además la entregaban a cuanto macho podían), se sumaba a la rabia por la situación que también vivíamos el resto de los cornudos. Se puede decir que esto potenció su intransigencia y forjó su “conciencia” de hombre ofendido. La posibilidad de encontrarse con tipos que compartían su situación, o que lisa y llanamente estaban en peores condiciones, lo fue transformando en un dirigente que detestaba la conciliación y el “arreglo”. El afirmaba que había que cambiar de raíz a la sociedad, trabajar mucho la conciencia, sí, pero que por el momento, y para ir ganando tiempo, lo mejor era aplicar su máxima: “a las putitas, leña; y a los corneadores, también leña”. Esto lo convirtió en un militante despiadado, que en una ocasión, durante un operativo contra una putita de Barracas que corneaba a su marido con todos los comerciantes del barrio, roció con nafta e incineró a la putita y a sus amantes: el zapatero, el kiosquero, y el chino dueño del supermercado de la zona. Esto le valió luego más de un reproche. Primero porque por primera vez se puso en cuestionamiento dentro del CE y de la organización en su conjunto la metodología a utilizar en los operativos. ¿Todo era válido para encarar nuestra lucha? ¿Teníamos algún límite respecto del trato que debían tener nuestras putas esposas o novias y sus machos, cuando estaban a nuestra merced? En fin, la discusión llevó un tiempo, y fue evacuada por los canales orgánicos correspondientes. Marcelino, que era más bien un tipo pacífico, sostenía que el trato debía ser el correcto y que tendría que servir para modificar la conciencia de nuestras putitas y disuadir definitivamente a los corneadores. El “loco” coincidía respecto a la concientización de las minas, pero difería con Marcelino en el hecho de que la organización no podía mostrarse débil en los operativos, y tenía que dar una “lección” a las infieles. Además, proponía estudiar caso por caso, ya que según él había mujeres que eran incapaces de modificar su conducta, y tipos a los cuales les importaba tres carajos la solidaridad de género: si te podían coger a tu mina, te la iban a coger, a si se tratara de tus primos, tus vecinos, compañeros de laburo e incluso amigos. “La organización sólo puede confiar en sí misma, y para afuera debe actuar de forma compacta, sin vacilaciones”, solía repetir el “loco”. Y dio el ejemplo empezando por casa, como quien dice. Es más, se animó a “romper” desde el vamos. En el inicio de la acción contra su putita, golpeamos hasta el cansancio a los jefes de ella el día que copamos la casa donde la estaban enfiestando, y él se animó aquella vez a dejar a la conchuda (no sin antes cagarla bien a piñas y hacerla espectadora de la paliza que le propinamos a sus machitos; para que viera que todos los turros finalmente tienen su merecido). También propuso “expropiarlos”, y en eso todos estuvimos de acuerdo (eran tipos de guita, a los cuales pudimos sacarles dinero luego de “pasearlos” por varios cajeros automáticos de la zona norte de la Provincia de Buenos Aires), ya que  con esa plata podíamos financiar las actividades de COL, y hacer frente a los costos operativos que implicaban las acciones que llevábamos a cabo. Pero volviendo a la discusión acerca del trato durante los operativos, la polémica se zanjó por la intervención de Rubén en el CE, quien hábilmente tomó la palabra luego de las exposiciones del “loco” y de Marcelino, y sostuvo que lo importante era “concientizar” a las putitas –dándole parte de la razón a Marcelino- pero que también resultaba oportuno ejercer el derecho a la violencia en aquellos casos en los que la situación de cornudez fuera lo suficientemente alevosa como para dejar pasar el castigo físico. Con esto “neutralizaba” la postura de Marcelino y le hacía un guiño al “loco”, en un momento en que la organización se estaba dando a conocer al mundo, y la intensidad de sus acciones era la clave para su crecimiento.
Yo, por mi parte, tenía dudas acerca de la actitud que debía asumirse en los operativos. Por un lado creía que el “loco” estaba demasiado sacado. Rechazaba muchos de sus métodos, y sobre todo la soberbia con la que podía llegar a tratarte en caso de mostrar alguna disidencia. Era muy común que te tildara de “blando” (e incluso de “cornudo consciente”, como forma de chicana), si le mostrabas algún resquicio de duda acerca de las acciones de COL. Aunque por momentos le daba la derecha, ya que todo el tiempo teníamos presente (por la innumerable cantidad de casos que nos llegaban día tras día) la crueldad con la que se manejaban nuestras zorras y sus chongos. Allí difería con Marcelino, que todo el tiempo ponía el acento en tratar de “arreglar” las cosas:
-Sólo el amor puede salvar a nuestras parejas. Tenemos que sacar del medio a los corneadores y luego ensayar la comprensión con nuestras mujeres- sostenía.
Frases como ésta me exasperaban. La verdad es que lo quería mucho a Marcelino, había sido mi amigo desde la niñez y nos criamos juntos acá en Villa Pueyrredón, pero su tono conciliador me resultaba patético. En fin, no conseguía adoptar una posición fija acerca de este punto y de algunos otros, siempre equidistante tanto de Marcelino como del “loco”. No tenía tampoco la habilidad de Rubén, que observaba todo con calma y parecía estar más allá del bien y del mal. Él tomaba cada postura de los integrantes de COL con naturalidad, sin inmutarse ante ningún planteo. Claro que luego intervenía, y su decisión, en la práctica, parecía ser siempre la más acertada. Esto pese a que el CE funcionaba como un cuerpo colegiado. A veces me pregunto si esta dependencia respecto de Rubén no fue una falla garrafal en el funcionamiento del grupo; uno de los causales de nuestra espantosa y brutal caída. Pero bueno, la cuestión es que las cosas se fueron dando así. Básicamente porque todo sucedió muy rápido, y porque hubo que actuar muchas veces sobre la marcha. Es que el “día a día” te come: hay que resolver, actuar, tomar decisiones, sobre todo cuando te encontrás con una repercusión impensada acerca de tu proyecto. Eso fue lo que nos pasó a nosotros; y respondimos como mejor pudimos, aunque claro, resultó insuficiente para los objetivos que nos habíamos planteado de entrada.

Como les comentaba, el crecimiento de la organización fue vertiginoso. Muy pronto contingentes enteros de cornudos se acercaron para sumarse al grupo, para hacerles ver a sus putitas que no se la llevarían de arriba como pensaban. En dos o tres meses había “regionales” constituidas por toda la Capital Federal, y al poco tiempo, en las zonas norte, sur y oeste de la Provincia de Buenos Aires, teníamos ya funcionando varios agrupamientos. En poco tiempo se formaron diferentes grupos, algunos de carácter orgánico (los que pertenecían directamente a COL), y otros de “afinidad” o “periferia” (aquellos cornudos que simpatizaban, pero que todavía no habían madurado lo suficiente para ingresar al grupo). Se imaginan que de allí a trascender hacia las otras provincias había un solo paso. Así fue que antes de cumplirse el año de vida de COL, éste ya tenía adeptos en las principales ciudades del país: Bahía Blanca, San Nicolás, Rosario, Santa Fe, Río Cuarto, Córdoba, Paraná, Mendoza, Misiones, Salta, San Salvador, San Miguel de Tucumán, San Juan y Ushuaia, fueron los principales puntos de crecimiento del grupo desde un principio. Luego se sumaron La Pampa, San Luis, Trelew, Corrientes, San Fernando del Valle, Viedma y Posadas, aunque en estos lugares la influencia de la organización resultaba mucho menor y sus acciones eran menos potentes. Finalmente, establecimos contacto con varias organizaciones de cornudos de otras partes del mundo, sobre todo de Europa, EEUU y Oceanía. Formamos con ellos la “Internacional de los cornudos” (cuyas siglas en inglés eran IAC, Internacional Asociation Cuckolds). Allí mandábamos representantes una vez al año para discutir la línea de actuación más conveniente de todas nuestras agrupaciones. Claro que cada organización adaptaba finalmente la línea a las características propias de cada país. Recuerdo que fui como delegado de COL a Sídney, Australia, al II Congreso de IAC, donde se decidió por unanimidad condenar todas las infidelidades, ya sean de varones o mujeres, y donde el representante de la delegación uruguaya de la COLU (Cornudos Organizados por la Liberación Uruguayos), se largó a llorar luego de la declaración final del Congreso (que instaba al combate total contra las turritas infieles), diciendo: “me hizo cornudo hasta con mi abuelo, un viejo de 76 años”.
Lo que estaba claro era que tanta repercusión no iba a pasar inadvertida para los corneadores y para las putas. Tampoco para las autoridades locales y nacionales, que nos empezaron a vigilar de cerca. Hubo ocasiones, por ejemplo, en las que tuvimos que replegarnos durante varios operativos porque los corneadores y sus putitas ya habían sido avisados de nuestra llegada y nos aguardaban con “fierros”, palos y cadenas. Muchas veces su número sobrepasaba al nuestro y más de un cornudo cayó por las balas de estos hijos de puta, o era víctima de una brutal paliza. Lo que sucedía en estos casos, era que los corneadores infiltraban algún “buche” en la organización y éste nos “vendía” mandándonos al muere en algún operativo. También aparecía allí el accionar de las fuerzas de seguridad (que también nos tenía infiltrados con varios de sus agentes), y solía avisar a tiempo, tanto a los machos como a las putas, acerca de nuestros planes. Otras veces, la policía, los corneadores y las atorrantas armaban “fiestas” falsas, sólo para hacernos caer en los lugares y después poder reprimirnos y apresarnos. El juego favorito de estos turros era el de someter (quebrarles la voluntad) a los guampudos para que volvieran a ser humillados por sus mujeres y sus amantes. Esto era peor que la muerte, porque las condiciones de “cornudez” recrudecían hasta niveles increíbles. Por ejemplo, el “negro” Ojeda, un dirigente de la regional de San Fernando del Valle, en Catamarca, que fue apresado y lo convirtieron en la “putita” de todos los “monos” de la penitenciaría local. Su mujer lo visitaba, pero para restregarle en la cara que ahora era más cornudo que antes, y que encima tenía que oficiar de “putito” y de “mulo” dentro de la cárcel, mientras ella era poseída por los mismos machos que se lo cogían a él, sumado a los guardias, al director, y a todo el personal del presidio, que se la garchaban delante suyo en el calabozo.
Aunque también contábamos con agentes dentro de cada fuerza de seguridad que “trabajaban” para nuestra causa. Es que allí también había cornudos (en gran número, como se sostiene desde el saber popular) que sentían la necesidad de utilizar sus posiciones de fuerza para combatir a sus putas mujeres. Al principio esto fue de mucha ayuda, claro que finalmente fueron puestos al descubierto y encarcelados o asesinados por sus propios colegas de armas. No obstante ello, ninguno de estos inconvenientes nos puso de rodillas frente a los corneadores. Por el contrario, cierto sentido de voluntarismo nos llevaba a actuar cada vez con más vehemencia frente al enemigo, y allí siempre se ejecutaba aquello que planteaba el “loco” Sebastián (aunque muchos no estuviéramos de acuerdo), que era la total y absoluta crueldad con quienes encontrábamos “in fraganti” en el acto de la infidelidad. De todas formas, repito, siempre parecía ser Rubén el que “instalaba” los temas y generaba el clima necesario dentro de la organización para después poner en marcha los asuntos. Aquí su postura avalaba la posición del “loco”, y esto lo exaltaba más y provocaba la excitación de sus seguidores internos, creando un ambiente propicio para el choque “palo por palo” contra el mundo exterior, que cortaba de cuajo toda disidencia interna. Claro que no todo era enfrentamiento directo. A veces amagábamos con unir nuestra lucha al resto de los hombres no-cornudos que conocíamos. Así fue que delineamos una política de acercamiento con aquellos tipos que eran infieles a sus esposas o novias. Era una manera de seguir la línea trazada en todos los congresos nacionales e internacionales, o sea, la de combatir la deslealtad sexual o afectiva viniera de donde viniera, ya sea la de varones o mujeres. Esta política, sin embargo, no podía realizarse con la metodología de los operativos contra putonas y corneadores; aquí sí se necesitaba bastante de la “formación” y la concientización, porque a los tipos no podíamos irles de prepotentes a decirles que ya no cornearan más a sus minas. Aunque esto generó un debate interno, ya que algunos integrantes de la organización (un ala que solía plantear habitualmente las problemáticas de género), sostenía que había que actuar de la misma forma en cualquier caso y abrirse a la posibilidad de incorporar mujeres cornudas a la lucha. La mayoría estuvimos en desacuerdo porque entendíamos que la infidelidad de la cual nosotros éramos víctimas se tornaba perversa y abusiva, de forma abierta, mientras que pretendíamos demostrar (quizás equivocadamente) que la infidelidad masculina se llevaba a cabo sigilosamente, de manera discreta y privada. Hoy considero que esto fue un error de caracterización, ya que hubiese sido mejor abrir el juego para no quedar circunscriptos a una sola problemática y así evitar el futuro aislamiento del que fuimos víctimas. Como sea, la cuestión es que nuestros esfuerzos por propiciar esta política de acercamiento con los varones infieles fueron totalmente vanos. Uno de ellos nos dijo una vez:
-Muchachos, ustedes son giles. Las minas nacieron para ser forreadas y usadas. Hay que tenerlas cortitas, y una manera de conseguir que tu señora se quede en el molde es coger con otras minas, en lo posible sin que se entere directamente. Pero eso sí: que lo sospeche, por lo menos. Y si se da cuenta, bueno, que se haga a la idea de que es una cornuda consciente. Así va a sufrir y va a estar siempre a nuestra merced, porque eso es lo que les gusta: que sus machos lleven la voz cantante. Ustedes son cornudos porque nunca les pusieron los puntos a sus minas, porque siempre jugaron a ser los esposos amorosos, protectores y fieles. Ellas les tomaron la mano y se aprovecharon. Ahora jodansé, sigan con sus vidas de cornetas mientras nosotros la ponemos en cualquier concha.
Toda esta situación culminó con la salida de COL de este grupo de compañeros que planteaban la equidad de género. Y por supuesto no logramos atraer grandes cantidades de hombres infieles dispuestos a reivindicarse. Por ende, nuestro machismo nos jugó una muy mala pasada. Esto trajo una dura discusión posterior dentro de la organización por los resultados desastrosos que produjo. Allí la dinámica del grupo se contrajo y generó dudas en la militancia, sobre todo en las bases, lo que revistió cierto estancamiento momentáneo. No obstante, luego de un parate de varios meses, COL resurgió de sus cenizas con una serie de acciones espectaculares que pusieron los pelos de punta a corneadores, putas y agentes del orden. Fueron operaciones simultáneas en varios puntos de la república (que tuvieron lugar en la misma semana) que colmaron de miedo a miles de infieles. Hasta los hombres pararon con las cornamentas a sus minas por temor a una vendetta. Porque la movida fue tan grande, y el impacto que tuvo en los medios masivos de comunicación tan notoria, que más de uno no se quiso arriesgar durante los últimos tres días de los operativos a cometer ninguna traición sexual. Sacábamos a los corneadores a punta de pistola de las casas y los hacíamos arrodillar en las calles o en las rutas, dependiendo de dónde estuvieran. Ahí mismo se los fusilaba sin más trámite. Por su parte, las redes que tejíamos en los barrios y en todos los territorios nos brindaba un caudal de información importante sobre las actividades de muchas personas. Infinidad de gente colaboraba con nosotros aportando datos sobre la vida de putas y corneadores. Esto provocó que nadie llegara a sentirse a salvo de COL, sobre todo en esa semana, que luego llamáramos “la semana gloriosa”. Durante siete días tuvimos en vilo a la opinión pública, y eso no le gustó nada al gobierno y tampoco a la oposición. Por ende, luego de nuestra ofensiva comenzó el desquite por parte de las fuerzas del orden, con la consiguiente colaboración de putas y machos dominantes, por supuesto. Montaron varios operativos para cazarnos y, lamentablemente, más de un integrante de COL cayó en las garras de la autoridad. Cuando caía algún compañero en manos de la policía, siempre estaba presente la mujer o novia de éste junto a sus machos. Era muy común que los corneadores patearan al cornudo primero, y que luego la hembra puta lo obligara, allí frente a todos los presentes, a beber la leche de sus machitos, que ella traía cuidadosamente dentro de su conchita. El cornudo atrapado tenía que dejar bien limpita a su novia o esposa, ante la risa generalizada de policías, gendarmes, y machos dominantes. Acto seguido era conducido a prisión, para seguir padeciendo los tormentos de ser un cornudo humillado.
Pero aún frente a la más salvaje represión – que siguió a los días de la “semana gloriosa” – la capacidad operativa y el margen de maniobra de COL no se redujo. Incluso allí tuvimos el aplomo suficiente para resistir los embates de las fuerzas gubernamentales contraatacando de las más diversas maneras. Una de ellas fue la identificación de los jefes de las distintas fuerzas del orden y su posterior ajusticiamiento. Era el precio que debían pagar por ayudar a los corneadores a salirse con la suya. Además, la organización demostró también aplomo para soportar las humillaciones de las mujeres infieles, que recrudecieron luego de esos hechos, junto a las cada vez más flagrantes denigraciones por las que tenían que pasar muchos compañeros, sobre todo aquellos que caían víctimas de las redadas policiales y de otras fuerzas de seguridad. Es que a partir de allí, tu vida ya no te pertenecía; eras el esclavo del macho (o de los machos) de tu mujer. Podían escupirte, enlecharte, mearte, cagarte, sodomizarte con un palo o algún otro objeto; en fin, era mejor que te mataran que llegar a esa situación. Por su parte, se formó una organización paraestatal que tenía por objetivo reducirnos a la servidumbre o aniquilarnos: COHASI (Cornudos Habrá Siempre). Esta organización nos masacraba de la peor forma; cada compañero que caía en sus manos era directamente violado en banda, obligado a beber semen durante todo el día, y su mujer debía prostituirse para ellos, disfrutando plenamente de servir a sus machos, que se la cogían en patota, a ella y a toda mujer que formara parte de las familia del cornudo (madres, tías, primas, sobrinas, cuñadas, hijas jóvenes; todas enfiestadas y prostituidas por COHASI). Esto era peor que caer en manos de las fuerzas de represión legales. Aunque, no está de más decirlo, COHASI contaba con la colaboración directa del Estado: sus integrantes eran cuadros de la policía, la prefectura, el ejército y los servicios de inteligencia. Es decir, el gobierno y la oposición condenaban públicamente a COHASI, pero luego, daban el visto bueno para su crecimiento, o al menos hacían la vista gorda frente a sus acciones, al mismo tiempo que perseguía con saña a COL y a todo aquel que mostrara algún sesgo de simpatía para con nuestra causa.
No obstante, pese a la resistencia que mostró la organización frente al aluvión represivo, la capacidad política y operativa de COL fue disminuyendo a medida que no se vislumbraba una alternativa clara de poder, o sea, la posibilidad concreta de dar un vuelco decisivo en la correlación de fuerzas y tomar el control y las riendas de la sociedad. El “palo por palo”, que era nuestra respuesta a la escalada represiva que caía sobre nosotros, nos fue desgastando y aislando, como era lógico. Sólo en los meses posteriores a la “semana gloriosa” se pudo discutir seriamente sobre eso. El “loco” Sebastián insistía en que había que acelerar los tiempos y atacar directamente al gobierno y al Estado, ya que la organización tenía las espaldas suficientes para aguantar cualquier ofensiva que se propusiera. Esto no resultaba cierto, ya que el Estado, el gobierno, sus fuerzas de seguridad y los “paras”, comenzaron a acorralarnos poco a poco. Nosotros no debíamos ir al “palo por palo”, porque allí ganarían siempre ellos, que eran fuerzas regulares con equipamiento y logística muy superiores a las nuestras. Debíamos replegarnos, cuidar nuestras fuerzas y volver al trabajo de base y concientización. Pero cuando lo advertimos ya era tarde; el escarmiento estaba a punto de tronar de un momento a otro.

En un lapso de seis meses fue literalmente desbaratada la organización. Los golpes eran continuos y no nos daban el tiempo suficiente para reaccionar. En las redadas caían los mejores militantes de COL y pasaban a engrosar las celdas de las cárceles. Nos fueron cazando como moscas. Los que no eran cazados, simplemente caían bajo el fuego enemigo. Algunos tuvieron la suerte de huir hacia Brasil o Paraguay; otros eran interceptados en el intento y los apresaba la gendarmería en la frontera. En mi caso, caí con el “Hacha” y Marcelino en un operativo conjunto entre policía y gendarmería, con ayuda de integrantes de COHASI, que hacían de “quinta columna” de las fuerzas de seguridad. Fue en una reunión que manteníamos en Carapachay, donde también cayeron otros militantes de segunda línea de COL. Al “loco” Sebastián no pudieron agarrarlo vivo: lo abatieron en una estación de servicio en la ruta camino a Junín (donde huía cercado por la policía provincial). En el parte policial afirmaron que quiso resistirse con su calibre 38, el que casi no pudo utilizar, ya que la lluvia de balas que cayó sobre él lo redujo al instante, perdiendo su vida en el acto. Un digno final, sobre todo para alguien que no estaba dispuesto a caer en manos enemigas. Esto, según se supo después, le valió la baja de la fuerza policial a quien estaba a cargo del operativo- el Comisario Beltramo- ya que las autoridades pretendían agarrarlo con vida por pedido expreso de los jefes que se enfiestaban a la novia, que querían humillarlo y torturarlo indefinidamente. Por su parte, no tardaron mucho en dar con el líder de COL, el “comandante Rubén”, que fue atrapado con ayuda de Yolanda, la colorada de las súper tetas, que lo denunció luego de que intentara huir al extranjero, en el aeropuerto de Ezeiza. Así, con la caída de todo el CE, de la destrucción de todas las regionales, el fin de la organización era un hecho consumado. Había llegado, ahora sí, el momento del desquite de nuestros enemigos.

En la cárcel pasé cerca de dos años. En ese lapso, fui víctima de guardias y otros presos que hacían conmigo lo que querían. Me cogían a cualquier hora y en cualquier momento. Era la “putita” del piso del penal, junto a otros compañeros de COL, que también eran víctimas de los abusos allí dentro. A veces venía Silvia, mi mujer, para ver cómo era sometido a las torturas y  caprichos sexuales de los reclusos. Llegaba acompañada de su macho, Rocamora, y de paso se hacía coger por todos, como tanto le gusta. Era impresionante la cantidad de leche que tenía que tragar en ese tiempo. Más de la que habrá tragado mi señora, eso se los puedo asegurar. Cuando por fin quebraron definitivamente mi voluntad, me dejaron en libertad. Bah, es una forma de decir; en realidad me mandaron a vivir con mi mujer y su macho, para que les haga de sirvientes. Me convertí en el “putito” de Rocamora, al cual tengo que mantener prostituyéndome por la zona de Constitución. Silvia, por supuesto, hace rato que se prostituye para él, pero “atiende” en nuestro departamento, porque, como dice nuestro macho, “que la calle la haga el mariconcito de tu marido”. Por su parte, Rubén, el “comandante”, luego de varios años de prisión (con violación y sometimiento incluido) fue castrado por pedido de su mujer, que lo convirtió en un eunuco cornudo. La colorada está más puta que nunca; se deja coger por cualquiera, en la calle, en la casa, o donde sea. Eso sí: a él lo lleva en cuatro patas por la calle y con una soga de perro, haciéndole lamer los zapatos de todos los machos que la poseen. Luego le da de tomar la “lechita” de todos los tipos directamente de su vagina, y él, como todo perrito obediente, la deja limpita, sin ningún rastro de semen. En fin, podría ahondar en más detalles acerca de las aberraciones a las que nos sometieron, pero sería redundar en descripciones que quizás no vengan al caso. Lo importante es reconocer que sufrimos una dura derrota, y que esa derrota selló para siempre el curso de nuestras vidas al convertirnos en eternos sirvientes y cornudos de nuestras mujeres y de sus machos. Porque de esto no vamos a salir más, nuestra voluntad está quebrada y sólo nos quedan fuerzas para obedecer. Los designios y caprichos de nuestros amos son los únicos objetivos que tenemos por el resto de nuestra existencia. Nunca volveremos a coger con nuestras minas ni con ninguna otra. Para peor, deberemos seguir soportando que diferentes hombres nos cojan la boca y el orto. Algunos de nosotros, por su parte, y dependiendo de las ganas de las putas y los corneadores, apenas si pueden hacerse la paja. Es que muchos amos torturan a los cornudos con la acumulación de leche en los huevos, tornando insoportable la vida en ciertos casos. Rocamora, por suerte, me deja pajearme casi todos los días, porque, según le dice siempre a Silvia, “es para lo único que sirve el cornudo imbécil de tu marido”. Ambos ríen luego de este tipo de frases, mientras yo me descargo patético mirando fijo el culo o las tetas de Silvia, antes que Rocamora, otro macho, u otra tanda de machos se dispongan a cogerla como lo hacen siempre. De todas maneras sostengo que nuestra lucha no ha sido en vano, que nuestro ejemplo será tomado por las generaciones futuras, porque las condiciones de cornudez seguirán generando la oposición y resistencia de maridos  no complacientes, de hombres dispuestos a alzarse contra la tiranía de sus putitas. Llegará el día en que las infidelidades habrán desaparecido de la faz de la tierra, y ese día, aunque nosotros no lo veamos, quienes sean protagonistas y testigos de tal acontecimiento, sabrán que alguna vez existió un grupo llamado COL, y que fue precisamente esa organización la que encendió la mecha para iniciar el camino definitivo a una sociedad sin corneadores ni cornudos. 

FIN.

AUTOR: Licurgo el Espartano(c) 2015-2016  —  Derechos del autor.
Este relato se publica en este blog con permiso de su autor.

viernes, 30 de octubre de 2015

Humillado en el trabajo (Parte 1)
Por Jotaze

Excelente relato lleno de un delicado y muy sutil morbo (aunque por momentos no tan sutil, jajaja). No pude postearlo antes por falta de tiempo, pero ahora lo tienen acá y les digo que no pueden no leerlo.
Y comenten, no sean avaros, así animan a otros autores a escribir más.


Humillado en el trabajo (Parte 1)
AUTOR: Jotaze
Este es mi primer relato. Lo escribo con el afán que entretener y para colaborar con las webs que tan buenos momentos me han dado. Escribiré la segunda parte si alguien tiene interés. Sentíos libres de versionar el relato para mejorarlo o dar vuestro propio punto de vista.
Conocí a Sandra en la universidad. Ella fue a estudiar a mi ciudad desde Extremadura y tras acabar la carrera los dos fuimos a trabajar a Madrid. Antes de ella yo sólo había estado con una chica y no pasé de los besos. Como soy bastante tímido siempre me he considerado muy afortunado de que ella se fijara en mí. Sandra es extrovertida, le gusta bailar y su físico la hace ser muy apetecible a los hombres. Es delgadita y bastante guapa de cara. Su simpatía hace que parezca más receptiva y siempre ha tenido muchos pretendientes y babosos nocturnos. Sin embargo, nunca ha sido muy ligona ; a parte de mí, tuvo dos novios en el instituto y un par de rolletes pasajeros en la universidad.
Durante nuestra estancia en la capital, hubo una terrible crisis económica. Yo no tenía familia que me apoyase (mis padres fallecieron unos años antes) y sin becas de estudio los ingresos laborales era lo único que me separaban de la indigencia. Era casi imposible encontrar trabajo así que cuando me llamaron de la empresa de ingeniería fue una gran alegría. Me dijeron que debido a mi situación de orfandad me darían una oportunidad
La competencia allí era feroz y a mí me costaba mucho esfuerzo estar al día. Mis compañeros parecían todos más inteligentes y rápidos que yo. Especialmente Marcos. Era un tipo de familia adinerada, musculado, pagado de sí mismo y  bastante admirado por su éxito con las mujeres. Tenía un puesto ligeramente superior al mío en un departamento para el que a veces tenía que colaborar. Tanto sus amigos como él ser burlaban constantemente de mi desempeño en la empresa, mi forma de acceso a ella y de mis pocas dotes para la ingeniería. Debido a mi carácter, yo bajaba la cabeza ante sus mofas y eso hacía que me tuvieran cada vez menos respeto. Marcos llegó incluso a darme collejas o hacerme comentarios del tipo "Como folles tan mal como trabajas voy a ir que tener hacerle una visita a tu noviecita". Sobre todo me dolía que Eva le riera las gracias. Eva estudió con Sandra y ahora trabajaba de medio secretaria de Marcos. Gracias a ella conocimos la empresa pero no creo que hiciera nada por facilitar mi incorporación. En la universidad me hizo la vida imposible: no era raro, sobre todo cuando bebía, que me llamara “pichafloja” o “manso” delante de la gente. Ella siempre había considerado que yo era muy poco para Sandra y le divertía humillarme por mi carácter apocado.
Tras unos meses en la empresa, se hizo una quedada por la jubilación de uno de los jefes. Un sencillo brindis de despedida para tomar unas cervezas después del trabajo. Allí me enteré que el puesto vacante podía ser mío: mis estudios eran los más indicados para cubrir esa baja y, según comentaban mis compañeros, sólo la experiencia de Marcos podría arrebatarme el ascenso.
Al acto me acompañó Sandra, que por su desparpajo y su vestidito rojo con vuelo, se convirtió rápidamente en el objeto de toda la atención masculina. Mientras yo me dedicaba a indagar sobre el puesto vacante, Eva le presentó a Marcos y estuvieron hablando un buen rato. Yo no podía evitar echarles un ojo de vez en cuando, temiendo que Marcos quisiera dejarme mal con alguna historia de la oficina. Me parecía que se tomaba demasiadas confianzas con la forma de hablar casi pegado a su oído, pero ella no parecía importarle y no paraba de reir ante cada comentario que él le hacía.
 Decidí ir al servicio y no calentarme más la cabeza pero mientras estaba en uno de los habitáculos escuché como entraban dos de los esbirros de Marcos:
- “Has visto a la novia del pringado de Carlos? ¿Cómo puede una tía así estar con él?”.
- Sí, pero ya está Marcos metiéndole ficha. Otra que se va a cepillar el cabrón.
- Jaja, pues a la tía se le ve con ganas de rabo, el panoli no le debe de dar lo suyo.
Ese comentario me escoció particularmente. Sandra era la única mujer con la que había tenido relaciones y me costaba bastante hacerla llegar al orgasmo. La mayoría de las veces acababa perdiendo la erección dejándola a medias. Ella decía que no le importaba, que lo que le gustaba era estar conmigo, pero era algo que me hacía sentir inseguro.
 Cuando salí me día cuenta que el brindis se estaba alargando y parecía una noche de fiesta más. Mi novia hablaba a solas con Marcos en un rincón del bar. La barra les tapaba el cuerpo hasta algo más arriba del ombligo. Una de las manos de mi enemigo sujetaba la copa, mientras que la mano izquierda parecía estar en la espalda o la cintura de Sandra. Nuestras miradas coincidieron y él se arrimó más a mi novia, mostrándome lo receptiva que era mi novia con su presencia. Me enojé bastante pero como uno de los jefes vino a hablar conmigo tuve que aguantarme y ver cómo Marcos seguía trabajándose a mi novia.
Mientras charlaba con este jefe, fui pensando en que no tenía nada que temer y que sería divertido ver como Sandra rechazaba a Marcos.
Lo que yo no sabía, es que Eva ya le había dicho en otras ocasiones a Sandra "lo bueno que estaba su jefe", y  que en el evento podría conocerlo para opinar por ella misma.  Lo que iba a ser una breve presentación, se convirtió en una larga conversación gracias al descaro de mi "compañero". Durante la misma Eva sacó el tema de que algunas de las conquistas de Marcos comentaban lo bien dotado que estaba. Al tiempo que le iba subiendo la cerveza, mi novia no pudo evitar echar alguna mirada de soslayo a su paquete para ver si esos rumores en ciertos. Marcos lo notó y no sólo le excitó la posibilidad de follarse un bomboncito como Sandra, sino también la idea de llegar a la oficina y darme una colleja después de haber estado clavándosela. Al fin y al cabo una de sus especialidades era tentar a las chicas sin mucha experiencia con su fama de experimentado amante.
A Eva pareció hacerle gracia de que Marcos se estuviera ligando a mi novia y puso una excusa para dejarles solos. Él la llevó a la barra con el pretexto de pedir otra cerveza y comenzó a atacar. Colocó la mano abierta en la parte baja de la espalda de Sandra y empezó a ridiculizarme. Le contó que yo era el pringado de la oficina y que él, como líder natural, se metía conmigo por distendir el ambiente de trabajo. Le dijo también que en realidad pensaba que era buen chaval pero que le parecía un poco mariquita por cómo encajaba las bromas. Dicho esto, al retirar la mano de su espalda para coger el nuevo vaso, pasó la mano por el culo de mi novia. Ella pensó que podría haber sido accidental y sintió un pícaro cosquilleo al notar su mano en esa zona. Sandra comentó que yo a veces salía del trabajo casi llorando y él contestó que pensaba en no darme tanta caña, pero que ahora que sabía que tenía una novia tan guapa la envidia no le iba a dejar. 
Ese fue el momento es que nuestras miradas coincidieron y en el que volvió a poner la mano desafiante sobre la cintura de Sandra. Repitió el movimiento de retirada de mano varias veces, lo que le sirvió para apreciar con disimulo el buen culo que tiene mi novia. Y cuando Sandra se estiró para recibir la vuelta del camarero, aprovechó descaradamente para dejar su mano unos segundos sobre el culito prieto de mi chica, notando a través de la fina tela de su vestido, las diminutas braguitas de encaje que llevaba. Ella se sonrojó e hizo como si no hubiera notado nada, en parte por no dar la nota delante de la gente de mi trabajo y en parte porque le pareció halagador que un chico tan guapo se fijara en su trasero.

Marcos pareció darse por satisfecho con este último acercamiento y llamó a Eva y a los dos compañeros con los que ésta charlaba. Todos se mostraban especialmente amables con Sandra. La posibilidad de que Marcos montara a la novia del perdedor  de la oficina les divertía sobremanera: Sandra no era una más de las zorritas de Marcos, era la que iba a hacer que yo fuera el hazmerreir y querían facilitarle la labor de hacerme cornudo.
Al final Eva les comentó que había quedado con Sandra para salir a bailar en un par de semanas. Ellos las animaron a pasarse ese Viernes por Edén, la mejor discoteca de la ciudad, donde ellos tenían contactos y no tendrían que pagar entrada. Ellas agradecieron la oferta y confirmaron que pasarían a verles. Sandra notó que Eva tenía interés en encajar con la gente de la empresa y pensó que no había nada de malo en ir para que su amiga no fuera sola. Además los chicos le dijeron que podía pasarme yo también, aunque ella tuvo que recordarles que los Sábados por la mañana trabajo y me sería muy difícil acudir. Tras concertar la fecha y la hora se despidieron y Sandra regresó a mi lado.
Al acabar la fiesta, de camino a casa, le pregunté a mi novia qué es lo que había hablado con mis compañeros. Ella me contó que sobre todo fueron trivialidades y que había quedado en acompañar a Eva en un par de Viernes. Me sentó bastante mal que intentasen camelar a mi novia, pero como no quería parecer inseguro delante de ella no dije nada.
Las semanas de oficina siguientes, transcurrieron con normalidad. Un Lunes escuché como varios compañeros se pasaban las fotos de la chica que se había ligado Marcos ese mismo Sábado. Al parecer habían quedado todos para salir de fiesta y una universitaria de Erasmus bastante potente había arrastrado a Marcos a uno de los baños de la discoteca. Él se había mostrado reticente al considerarla algo joven, pero al final claudicó ante la insistencia de la chica que le hizo una espectacular felación.
La verdad es que me jodía  bastante que ese imbécil recibiera la atención de tías que a mí ni me mirarían, pero luego me consolaba pensar que yo tenía a Sandra. Ella sí era una mujer de verdad, no como esas que hacen sexo oral en discotecas. Lo de chupar pollas siempre me había parecido muy de guarra, de película porno, impropio de una chica decente como Sandra, yo nunca ofendería a una mujer pidiéndole algo así. Aunque Marcos se acostaba con varias mujeres a la semana, me confortaba saber que Sandra no era de esas y que no estaría nunca con alguien como él.
Uno de aquellos días iba al servicio cuando me crucé por el pasillo con Marcos, Eva, los dos chicos que habían hablado con Sandra y otra de las secretarias. Agaché la mirada confiando en pasar desapercibido y me metí en el baño de caballeros aliviado por no haber recibido ninguno de sus insultos. Me encontraba miccionando en uno de los urinarios cuando de repente Marcos abrió la puerta del servicio de par en par gritando: “Carlitos, no te tapes que no hay mucho que ver”. Desde el pasillo, las chicas reían a carcajadas viendo cómo me movía tratando de que no se me viera nada.
-          “Oye pringado, habrás oído lo del puesto vacante. Espero que no te hagas ilusiones porque va a ser mío”, dijo Marcos.
-          “Bueno, eso… ya se verá”, contesté tímidamente.
-          “Ni lo sueñes, el otro día conocí a tu novia y con tener una cosa en que no dar la talla ya tienes bastante lío jajaja. Yo tengo todo lo que hace falta”.
-          “¿Lo que hace falta para ascender o le que le hace falta a su novia?”, dijo Eva mientras todos aplaudían su gracia.
-          “Ambos”. Contestó Marcos desafiante. Y ante mi falta de réplica cerraron la puerta y se alejaron riéndose de mí.
Al llegar a casa le conté todo a Sandra. Ella le quitaba importancia alegando que Marcos tenía un sentido del humor muy grueso pero que no lo hacía con maldad. También me dijo que había quedado para salir ese mismo viernes con Eva, Marcos y sus amigos y me animó a venir para que pudiera conocerle mejor.  Dado que el Sábado trabajaba y que iba muy pillado con las tareas me sería imposible ir, pero no me desagradó la idea de que “el del humor grueso” viera a mi novia en todo su esplendor y se tirara de los pelos porque jamás podría tenerla.
Llegó el esperado viernes y mi novia se dispuso a salir. Llevaba un vestido azul oscuro bastante cortito que le hacía estar de lo más apetitosa. Yo tenía que madrugar así que me fui a pronto la cama y caí dormido pensando en la suerte que tenía al tener semejante mujer a mi lado.
Sandra quedó primero con Eva para tomar una copa. Ésta insistió en que hacía mucho que no salían y que merecía celebrarse con chupitos de tequila y absenta, como en sus tiempos universitarios. Mi novia estaba ya bastante achispada cuando cogieron un taxi para reunirse con Marcos y compañía. La discoteca Edén era la más fashion de la ciudad, famosa por su amplia pista de baile y por la gente VIP que la frecuentaba. A las chicas les impresionó que Marcos tuviera un reservado y que fuera tan popular en el local, ni siquiera tuvieron que hacer cola cuando le dijeron al portero que habían quedado con él. Los chicos se dedicaron a entretener  a Sandra y a Eva, les invitaron a copas y bailaron con ellas. Sin embargo parecía como si guardaran algo más las distancias con Sandra, como si a ella la reservaran sólo para Marcos.
Después de una hora de música de lo más movida, sonó un lento. Mientras los demás se retiraban hacia los sofás Marcos agarró con firmeza a mi novia y se quedaron bailándolo los dos solos. Cuando se reunieron con el grupo, Eva la llevó al servicio y la interrogó sobre lo que había hecho durante el lento:
-          Tía creo que Marcos está detrás de ti, qué cabrona eres.
-          “Ay no sé, la verdad es que está siendo muy amable toda la noche”.
-          “¿Amable? Te come con los ojos desde que te conoció. ¡Con lo bueno que está!”.
-          “Ya, está buenísimo, y ufff… tenerlo tan cerca mientras bailábamos hacía que me temblara todo, pero tengo novio y aunque Marcos quisiera… yo no puedo”.
-          “Pero tía, aprovecha y disfruta, un maromo así sólo pasa una vez en la vida y además, lo que pasa en Edén se queda en Edén”.
Las chicas volvieron a los sofás del reservado con Sandra pensando en no hacer nada pero en disfrutar de la compañía de un hombre tan atractivo. Marcos había ido a por una copa y aprovechó que Sandra se sentó sola en frente de Eva y los otros chicos, para sentarse pegado a ella, poniendo uno de sus brazos sobre el respaldo del sofá, casi sobre los hombros de mi novia.
La noche transcurrió tranquila hasta que uno de los empleados de la sala anunció que iban a ser invitados a una botella de champán. Los chicos ya habían comentado que se iban y lamentaron perderse el último brindis. Eva les pidió que la llevaran, ya que les pillaba de camino y ahorraba muchísimo tiempo yendo en coche. Mi novia hizo el amago de levantarse pensando en marcharse también, pero Eva le detuvo y le recordó una conversación que habían tenido sobre las excelencias del caro champán del Edén. Marcos se ofreció a llevarle en su Mercedes después y, entre lo a gusto y confiada que estaba, y la insistencia de los demás, decidió quedarse.
Una vez a solas Marcos desplegó todo su encanto: le susurraba al oído, no paraba de decirle lo guapa que era y finalmente dejó la mano sobre la pierna de mi novia, muy por encima de la rodilla, justo en la parte que dejaba al descubierto su corto vestido. Sandra en vez de retirarla bebió un sorbo de su copa, notando las burbujas del champán en los labios y un agradable cosquilleo en sus muslos. Marcos pasó a la acción y puso esa misma mano en la barbilla y la mejilla de mi novia, acariciándola. Sandra bajó la mirada varias veces sonrojada, pero finalmente Marcos levantó suavemente su cara y quedaron mirándose frente a frente. Él inclinó la cabeza y Sandra notó los labios y la lengua de Marcos introduciéndose en su boca. La besaba con destreza, despacio, y le pasaba la mano suavemente por sus muslos y costado, cerca de sus pechos. La respiración de mi novia comenzó a hacerse más intensa y, sin dejar de besarla, Marcos la agarró por la cintura y la atrajo más hacia él. Eso le permitió tener fácil acceso al culito en el que tanto había pensado desde que se lo tocó hace un par de semanas. Ella no opuso ninguna resistencia, y el cabrón de Marcos pudo gozar del terso culito de mi novia. Le sorprendió que tras un par de minutos sobándole el culo, ella se giró un poco más para facilitarle el acceso y que pudiera tocar más. Esto dejó parte de la palma de la mano de Marcos bajo el vestido arremangado de Sandra, y con su pulgar pudo tocar la fina goma de las braguitas de licra de mi novia.
Esto pareció sacar del hechizo a Sandra y comenzó a hablar azoradamente:
-          “Marcos esto está mal… trabajas con mi novio”.
-          “Shhh (le puso el dedo en la boca impidiéndole hablar), esto no lo va a saber nadie nunca. Es algo que tenía que pasar, tú me atraes y yo a ti también ¿no?”
-          “Sí, claro que me atraes mucho pero… yo no soy así”.
-          “Sandra, disfrutemos el momento, nos gustamos y es algo que hay que resolver, es inevitable. Luego ya seguiremos adelante con nuestras vidas… ¿o no te ha gustado lo que ha pasado?”
-          “Sí, digo… no, Ay Marcos… no sé… será mejor que me vaya y lo olvidemos todo”.
 Al final la convenció para acercarla a casa en su coche. Cuando bajaron las escaleras la cogió de la mano con la excusa de ayudarla y en el embotellamiento de la puerta de salida le puso la mano en la cintura. Probó a juguetear con sus dedos en la espalda de Sandra y en ese momento ante la pasividad de mi chica pensó: “Carlos pringado, te la voy devolver bien follada, a ésta me la cepillo hoy fijo”.
Salieron juntos sin decir una palabra hacia el lugar donde estaba el coche, a unos diez minutos de la disco. Cuando estaban a punto de llegar Marcos la cogió suavemente de la mano y la arrastró al hueco de un garaje. Ella se dejó llevar contra la pared sin decir nada. Allí se besaron de nuevo. Las manos de Sandra rodeaban el cuello de Marcos, así que tenía vía libre hacia el culo de mi novia. Se lo tocó recreándose, como si tuviera todo el tiempo del mundo, y acabó haciéndolo por debajo del vestido. Se estaba poniendo las botas con mi novia y decidió da un paso más: subió las manos hasta sus pechos y también pudo tocarlos hasta hartarse. Ella respondió bajando la mano hasta el abdomen de Marcos. A él sabía lo que iba a pasar y le encantaba que mi novia tuviera ganas de rabo. Sandra bajó tímidamente la mano y agarro el pollón de Marcos. Pasó la mano por toda su longitud y no pudo evitar sorprenderse de su tamaño. Marcos metió las dos manos debajo del vestido y entrelazó sus dedos con la goma de las braguitas de mi novia. En ese momento era el dueño de la situación, podía bajarle las bragas en cualquier momento y dudó si follarse a mi novia allí mismo o hacerlo en el coche.
Sin embargo, antes de que pudiera desembragar a mi novia, Sandra tuvo otro momento de dudas:
-          “Marcos, no sé qué me pasa. Esto está mal, tengo que volver a casa o mi novio se preocupará”.
-          “Lo estás deseando tanto como yo y es algo que tiene que pasar. ¿por qué no damos el paso y nos lo quitamos de encima? Te prometo que será nuestro secreto. Si además Carlos no se entera de nada, está empanado. Ven mañana a mi casa. Por la tarde has dicho que siempre vas a correr. Ven a mi casa y allí lo hablamos tranquilamente y ya lo dejamos zanjado”, y comenzó a besarla de nuevo.
-          “Vale, mañana quedamos pero prométeme que no se lo dirás a nadie”.
Marcos esa sensación de victoria tan habitual en él por cepillarse a una tía con novio. En este caso incluso podría estrecharle la mano al cornudo después de hacerlo, porque trabajaba con él. Es cierto que tendría que esperar un día, pero había visto a mi novia con ganas de que le dieran lo suyo y sabía que nada iba a fallar.
Fue Sandra quién miró alarmada el reloj y le conminó a llevarla a casa. Durante el trayecto de nuevo no hubo apenas palabras, Sandra aún estaba algo desconcertada y Marcos disfrutaba de su triunfo. Aparcaron casi en frente de mi portal. Sandra fue a bajar rápido pero él la detuvo. La atrajo hacia sí y comenzó a besarla de nuevo y de nuevo tocó sus pechos. Su plan era sobarla otro buen rato y después bajar al coñito de mi novia. Tenía curiosidad por cómo llevaría el pubis y al menos quería desembragarla antes de mañana.
Le sorprendió que casi inmediatamente tras acariciar sus pezones, mi novia fuera a buscar su polla. Estaba claro que le había gustado tocar rabo y quería aprovechar ella también. Tras un rato de magreo, él dijo:
-          “Uff, no me dejarás así ¿verdad?, mira como me tienes”, y señaló el enorme bulto de su pantalón)
-          “¿Y… qué es lo que quieres que haga?”, preguntó aunque intuía lo que le estaba pidiendo.
-          “Lo que quiero es que me chupes la polla, Sandra”, contestó con una confiada sonrisa.
Ella también sonrió. Le gustó mucho la seguridad con que se lo había pedido y alargó sus brazos para desabrocharle el cinturón. Abrió el pantalón y se inclinó ligeramente sobre el paquete de Marcos. Metió su mano en los calzoncillos y sacó el trozo de carne que se iba a comer. Cuando vio el tamaño no pudo menos que levantar la mirada y decir “Buuff no sé si me cabrá en la boca, Marcos”. Él contestó “ya verás como sí te cabe, cariño”, puso la mano en la cabeza de mi novia y la llevó suavemente hacia su pollón.
En principio le sorprendió la forma de chuparla de Sandra. Se metía la polla en la boca y no usaba las manos. Otras chicas utilizan la lengua para lamer o masturban con la mano pero Sandra hacía, sin sacarse la polla de la boca,  un sube y baja con el movimiento de su cabeza.
Lo que yo no sabía es que, aunque pensaba que Sandra no hacía esas cosas, era una felatriz con bastante experiencia.  Su primer novio del instituto, era un chico mayor que ella y la puso a chupar a las pocas semanas de salir con ella. Gracias a lo que él contaba, Sandra se hizo muy popular en el instituto (el hecho de que hiciera pajas con la boca hacía que todos fueran de lo más amable con ella) y no tardó en echarse otro novio cuando él la dejó. Éste la invitaba todas las tardes a “merendar” a casa, a las horas en que no estaban sus padres y ella siempre fue complaciente con él.
Con ese bagaje y el hambre que traía atrasada, mi novia no pudo evitar olvidarse todo en cuanto tuvo el pollón de Marcos en la boca. Le dio igual que pudiera pasar algún vecino madrugador: le estaban dando su ración de polla y quería hacer un trabajo impecable.
Marcos, con su nuca sobre el respaldo, disfrutando de las atenciones de mi novia no pudo evitar después de un rato retener la cabeza de Sandra con su mano y decirle que no fuera aumentara el ritmo, que no quería correrse tan pronto. “Lámeme los huevos”, añadió
Ella le sacó las pelotas de los calzoncillos y empezó a chuparlas obedientemente. En ese momento Marcos no pudo evitar acordarse de mí: “Parece que tu novia le va a coger el gusto a chuparme los huevos, gilipollas, jajaja y tú mientras durmiendo aquí al lado sin enterarte de nada”.
Marcos se dirigió de nuevo a Sandra y le preguntó:
-          “Te acabo en la boca, ¿vale?”. Ella se incorporó ligeramente pero antes de que pudiera replicar, él habló de nuevo: “¿te lo han hecho alguna vez antes, no? Te dará morbo”. Y alargó la mano para coger unos cleenex de la bandeja del cambio de marchas.
-          “Claro que me da morbo” respondió para recalcar que no era ninguna mojigata. Y volvió a meterse la polla en boca haciendo honor a una de las pintadas del baño de chicos de su instituto “Sandra la chupa a dos velocidades”.
La cabeza de Sandra aumentó el ritmo y Marcos no aguantó mucho más. Sujetó con firmeza la coronilla de mi novia y descargó toda su leche en la boca de mi novia. Ella esperó pacientemente a que terminara sus embestidas, aguantando el semen de mi compañero en la boca. Después lo escupió con cierto desagrado en varios cleenex.
Ambos se miraron satisfechos y Marcos dijo “Ahora al llegar a casa le das un buen morreo a tu noviecito”. Ella le dio un pequeño golpe en el muslo y le dijo: “no seas malo, pobrecito”. Él la cogió de la mano y trató de ser lo más romántico posible recordándole su próximo encuentro. Cuando ella aseguró que iría y Marcos la dejó marchar.
Mientras la veía entrar el portal no pudo evitar pensar en las suaves braguitas que llevaba bajo el vestido, y en que mañana por la tarde ese bombón iba a ser su putita. Al arrancar el coche pensó que por la mañana no tenía nada que hacer y pasaría a saludarme por la oficina.
EPÍLOGO
Me desperté para ir a trabajar y vi que Sandra estaba desayunando. Me dijo que no había llegado muy tarde y que como no estaba cansada por la tarde iría a correr. Me sorprendió ver que se llevaba continuamente la mano a la mandíbula así que pregunté:
-          “¿Te duele la boca?”
-          “Um, ah sí, me molesta un poco al abrirla”.
-          “Pues no sé. ¿Cenasteis ayer por ahí? ¿comiste algo duro?”
-          “Ella sonrió y dijo: “Sí, anoche me comí… que estaba muy duro.”
-          “¿Ah sí? ¿Y qué era, carne a la brasa como la última vez?”
-          “Mmm sí, un buen trozo de carne. Casi ni me cabía en boca jeje”.
-          “Pues espero que al menos estuviera rico”.
-          Entonces mi novia recordó lo que le dijo Marcos sobre que yo no me enteraba de nada. “Sí sí, nunca había probado algo tan bueno, de hecho me voy a animar a repetir. ¿Hoy trabajas hasta tarde, verdad?”. Y tras contestarle que sí, se levantó y me besó en la frente deseándome un buen día en la oficina.


¿CONTINUARÁ?


AUTOR: Jotaze (c) 2015 — Derechos del autor.
Este relato se publica en este blog con permiso de su autor.

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