jueves, 7 de enero de 2016

La Revolución de los Cornudos
por Licurgo el Espartano

Un relato delirante, fantástico, sobre un submundo cornudo diríamos... grandilocuente. Una historia rara y divertida. Con ustedes...

La Revolución de los Cornudos

Autor: Licurgo el Espartano

Era momento de hacer algo, la cosa no podía seguir de esa manera. No se trataba solo de mi caso, sino también el de varios amigos y conocidos. A todos nos corneaban nuestras mujeres o novias, y a todos nos estaba hartando la situación. Fue así que decidimos juntarnos, charlar y ver que se podía hacer al respecto. Comenzamos a reunirnos en un bar de Villa Pueyrredón, aquí en Buenos Aires, alrededor de diez o doce hombres, todos víctimas de la infidelidad de nuestras parejas. En un principio la cosa sirvió para hacer catarsis, ya que cada uno contaba su caso particular y aprovechaba para desahogarse por su situación. Ahí estaba Pedro, por ejemplo, al cual su mujer Graciela lo había hecho cornudo con más de 20 machos. Pedro había ido conmigo al colegio secundario, y si bien no éramos muy amigos, ahora existía algo que nos unía y nos obligaba a actuar en consecuencia. O el caso de Osmar, un muchacho más joven que nosotros (tendría unos 20 o 21 años), cuya novia era conocida por todos en el barrio como “la chupapijas”. Era una pendeja atorranta que le tiraba la goma a cualquiera, y que degustaba la leche con muchísima devoción. También estaba Marcelino, éste si amigo mío, a quien su mujer Catalina lo engañaba con un macho fijo que le hacía usar a él bombacha y corpiño, y lo mandaba a hacer las compras con una pollera. Así varios más. Pero mi caso, yo soy Ángel, era bastante complicado. Silvia, mi señora, era (y aún lo es) adicta al gangbang. Rocamora, su macho, la paseaba por cuanto club swinger había y la hacía coger por hordas enteras de hombres que le llenaban el culo, la concha y la boca de semen. Recuerdo como llegaba a casa en ese entonces, oliendo a macho y esperma, hecha un trapo cada fin de semana. Rocamora, además, traía a sus amigos a casa dos veces por semana para cogerse a mi mujer, y puedo asegurar que nunca bajaban de los 12 o 15 machos por sesión. Yo tenía que abrirles la puerta y hacer de anfitrión, sirviendo bebidas y acomodando la ropa de todos ellos. En fin, así estábamos la mayoría, todos absolutamente podridos de ser los cornudos de nuestras minas y los forros de sus amantes. Por eso decidimos unirnos para hacer frente a lo que nos estaba pasando.
El que hizo las veces de conductor ya desde las primeras reuniones fue Rubén (cornudo de Yolanda, una colorada tetona y terriblemente puta, más fácil que la tabla del 2). Él nos dio a entender que si no nos organizábamos con un programa claro, nunca podríamos frenar la infidelidad de nuestras mujeres. La idea era luchar contra el engaño y la traición, pelear por una sociedad sin corneadores ni cornudos. Para eso tendríamos que estar dispuestos a arriesgarnos y llevar a cabo acciones fuera de lo común; incluso utilizar la violencia si fuera necesario. Fue así que decidimos organizarnos por grupos (en un principio de carácter zonal, ya que se habían acercado tipos que venían de barrios aledaños), con tareas concretas para cada caso. La primera actividad planeada consistía en hacer “inteligencia” por el barrio en cuestión para concientizar a maridos u hombres desprevenidos que no sospecharan que sus esposas o hembras les ponían flor de cornamenta. Recuerdo mi primera “misión”, que compartí con Rubén (quien pronto se convertiría en “Comandante Rubén”), el “loco” Sebastián (un personaje cuya novia trabajaba en una oficina donde se la cogía hasta el cadete), y Marcelino, a quien ya he presentado. Luego de investigar por un par de días a una pendeja que vivía frente a la estación de trenes de Villa Pueyrredón (tendría unos 25 años), descubrimos que ni bien su marido Esteban se iba a laburar, ella colmaba la casa de machos. Nos turnábamos con los compañeros, todos parapetados dentro de la estación donde se veía el frente de la casa, y podíamos observar como tipos diferentes entraban y salían del domicilio en ese lapso de ocho o nueve horas en que el esposo estaba ausente. Ingresaban de a uno, de a dos, de a tres; y yo juro que he visto entrar a siete tipos juntos una tarde de martes. Cuando lo hablamos con el marido, él no nos quiso creer:
-No, ustedes están locos, mi Romi es una mina fiel. Es cierto que sale con sus amigas los fines de semana; a veces se va un sábado a las 10 de la mañana y no aparece hasta el domingo a la noche. Yo no la puedo ubicar porque su celular está siempre apagado. Pero ella me jura y perjura que es porque los teléfonos andan mal, que siempre se va la señal o lo dan por apagado. Además yo no tengo porqué desconfiar -aunque me parece raro que si me dice que se va a bailar salga tan temprano los sábados o no me lleve nunca a mí- porque la confianza es lo que fortalece a la pareja. No, señores, yo no les voy a hacer caso a ustedes- nos decía.
Luego de varios rodeos para convencerlo, el tipo aceptó que espiáramos a la mujer desde la terraza de su casa un día cualquiera de la semana. Ese día Esteban llegaría antes de su trabajo, entraríamos sin hacer demasiado ruido (los cinco que éramos en total), y comprobaríamos o no lo que estábamos investigando. Así fue que entramos a la casa un jueves por la tarde. Creo que nadie hubiese sospechado de nuestra presencia porque ni bien ingresamos a la vivienda el sonido de los jadeos y la evidente situación de garche hacían prácticamente imposible que alguien se percatara de nosotros (o de cualquiera que hubiese entrado). Subimos sigilosamente una escalera, nos acomodamos y pudimos ver a través de un ventanuco de la terraza la orgía que estaba teniendo lugar en el patio cubierto de la casa. Romina, la mujer de Esteban, era poseída simultáneamente por ocho tipos. Chupaba dos pijas, pajeaba dos más, tenía una verga en la boca y la otra en el orto, mientras los dos restantes le masajeaban brutalmente las tetas. Había que reconocer que el espectáculo resultaba fascinante.
-No, mi Romi no, no puede ser… –sollozaba en voz baja Esteban.
Los machos la culeaban a Romina sin contemplaciones.
-¡Pedazo de puta! ¡Ahí tenés poronga, cerda!- le gruñían mientras la enfiestaban.
-¡Sí! –Gritaba ella como una puerca renegrida- ¡quiero vergas y leche!
-Te vamos a dejar toda la leche en la concha y el culo para que después el cornudo de tu marido te pase la lengua por ahí. Pero primero vas a tragar bastante esperma por la boca. Eso sí, ¡le vas a dar muchos besos al cornudo para que sienta todo el sabor de nuestras leches, atorranta!
-¡Siiiii! Hijos de puta…estoy hecha una comilona… ¡quiero que me cojan en honor al guampudo!
Y la muy puta reía. A todo esto Esteban estaba llorando sin emitir sonidos. Desconsolado y avergonzado, amagó a levantarse. Lo paramos en seco. Luego le hicimos señas que teníamos que salir de ahí y entendió. No tenía demasiadas fuerzas, evidentemente. Una vez afuera, lo convencimos que lo mejor era actuar de manera planificada. Íbamos a regresar al día siguiente con varios compañeros más, para sacar a estos tipos de la casa, y que él se encargara después de ponerle los puntos a la mina. Y así fue. Al día siguiente tendríamos nuestro “bautismo” de fuego. Con cinco compañeros más de la organización nos aparecimos de improviso en el domicilio de Esteban y junto a él expulsamos a golpes y patadas a los tres machos (esta vez eran menos) que se estaban culeando a Romina. Nos quedamos y fuimos testigos de cómo su marido la puso en “caja” a los gritos y fuera de sí (estaba claro que nuestra presencia lo envalentonaba, al mismo tiempo que la putita se percataba que Esteban no estaba sólo en esta patriada). A partir de ese día la mujer empezó a hacer buena letra y el marido se convirtió en parte integrante de nuestro grupo.
Pero más allá del éxito inicial, las cosas no eran tan sencillas. Resultaba extremadamente difícil convencer a los cornudos de su condición. Muchos lo negaban de manera terminante. Les costaba reconocer el hecho de tener por compañeras a reverendas putas arrastradas con la boca, la concha y el culo tan fácil. Hasta que por fin se sometían a las incontrastables evidencias de lo empírico. Ahí caían en la cuenta con qué clase de putitas atorrantas estaban casados o en pareja. Aunque peor era el caso de aquellos que se sabían cornudos, y que aceptaban de buena gana el perverso juego al que eran sometidos por sus esposas o mujeres y por los machos pijudos que las ensartaban. A muchos les encantaba ser humillados, y era prácticamente imposible modificarles su razonamiento de buenas a primera. La cosa requería de un profundo trabajo de concientización, mechado, por supuesto, con acciones precisas y concretas que demostraran que la organización no se quedaba sólo en la “teoría”. No obstante, tuvimos que lidiar cada uno de nosotros (los que estuvimos en las reuniones fundacionales del grupo) con nuestras situaciones particulares y obrar en consecuencia. Participamos de las acciones contra nuestras putas mujeres y sus machos dominantes, y puedo asegurar que la situación se nos complicó en más de una ocasión. A Rubén, el “comandante”, le costó muchísimo hacer entrar en razón a su mujer Yolanda -la colorada tetona- porque se trataba de una mina que poseía una determinada cantidad de machos a los cuales hubo que ir ahuyentando de a poco. La muy turra tenía ¡34! tipos que decían ser cada uno de ellos el amante principal. Luego vendría el resto (ya saben, un amigo, que trajo a otros amigos, después aparecieron los conocidos; en fin, un desfile impresionante de machos), que en tres meses de acciones por parte nuestra aparecieron varios por la casa, y que llegamos a contabilizar y eran más de 120. La cosa fue que no se ponían de acuerdo ni ella ni sus machos sobre quiénes eran los oficiales, y quiénes los segundos. Hasta que la turra puta le dijo directamente a Rubén:
-Perdóname mi vida, es que me cogen tantos que ya no sé quién es quién. Fui la puta de tantos hombres que se me olvidó quién era el macho principal, si alguna vez lo hubo. Pero te prometo que mañana limpio la casa, junto los forros enlechados de hace meses, ventilo y tiro desodorante para despejar el olor a pija, huevos y semen que hay impregnado en el ambiente, y te soy una mujer fiel. A partir de mañana todo será distinto, ya vas a ver.
Y la puta cumplió, al menos por un tiempo. Pero vale aclarar que buscábamos al macho o a los machos principales de todas ellas, para escarmentar y dar una lección al resto. Así resultaba más fácil ponerles los puntos a estos aprovechadores. Pero estaba claro que el grupo no podía mantenerse con un funcionamiento precario. Digo esto porque a veces las reuniones se tornaban un verdadero caos en donde cada cual decía lo que se le ocurría y todo quedaba en la nebulosa. Nos pisábamos al hablar y muchas discusiones se perdían sin poder sacar de ello nada en limpio. Era necesario entonces darle un carácter orgánico a las actividades de conjunto. Empezamos a planificar cada reunión con un temario bien definido. Cada cual tomaba la palabra y todo se decidía en función de la discusión (ordenada) colectiva. Incluso propusimos una instancia que denominamos “Plenario Superior” donde coincidíamos todos los integrantes de la organización, y donde definíamos cuestiones relacionadas con el mediano y largo plazo. Allí armábamos la estrategia anual para actuar en cada zona, y también las formas de implementación de los “talleres de concientización”, espacio que destinábamos a tratar de recuperar a los cornudos que todavía no se asumían como tales, o simplemente aquellos que se sentían a gusto con su condición. En ese trajín encontramos el nombre apropiado para el grupo: Cornudos Organizados para la Liberación (COL). Las formas organizativas se terminaron de delinear una vez que establecimos que  COL iba a contar con un Comité Ejecutivo que podría ratificar las decisiones más salientes del Plenario Superior o vetarlas y modificarlas por la línea más adecuada de actuación según su criterio. Este Comité Ejecutivo (CE), estaría compuesto por Rubén el Comandante, el “Loco” Sebastián, Marcelino, Osmar, yo, y el “Hacha”- un cornudo sin remedio, que se hizo cargo del hijo que le habían hecho entre varios machos a su mujer, que se hacía culear sin forros y sin pastillas, y se la cogieron tantos que un día quedó embarazada y no sabía de quién.
No obstante, quisiera contar como fue que cada uno de nosotros terminó siendo representante de una organización que en poco tiempo iba a tener un crecimiento vertiginoso (esto complicó muchísimo su manejo y conducción, por otra parte). Por ejemplo, el caso del dirigente principal de COL, Rubén “el Comandante”, que ya he comentado brevemente. Primero me gustaría destacar que fue él quien impulsó nuestra “rebeldía”-el autor intelectual de toda nuestra gesta- y que fue a él a quien se le ocurrió que podría torcer el rumbo de los acontecimientos enfrentándose directamente a los caprichos de la puta colorada y de su interminable harén de machos. Aunque era perfectamente consciente que sólo no podría conseguir nada. Fue por eso que se puso en contacto con Marcelino, quien luego habló conmigo. Yo a su vez lo contacté a Pedro, y así sucesivamente. A partir de allí se convirtió en el líder natural de un grupo que estaba dando sus primeros pasos. Con el correr del tiempo fue forjando una personalidad astuta, fría, que esperaba el momento justo para decir lo que había que decir y alterar el rumbo de cualquier decisión de COL. Se había transformado en un conductor nato.
Por su parte, Sebastián, el “loco”, fue uno de los dirigentes más exaltados de COL. El profundo encono que sentía por lo que su novia le hacía (era la putita de los cuatro jefes de la oficina donde trabajaba, que se la cogían en patota y además la entregaban a cuanto macho podían), se sumaba a la rabia por la situación que también vivíamos el resto de los cornudos. Se puede decir que esto potenció su intransigencia y forjó su “conciencia” de hombre ofendido. La posibilidad de encontrarse con tipos que compartían su situación, o que lisa y llanamente estaban en peores condiciones, lo fue transformando en un dirigente que detestaba la conciliación y el “arreglo”. El afirmaba que había que cambiar de raíz a la sociedad, trabajar mucho la conciencia, sí, pero que por el momento, y para ir ganando tiempo, lo mejor era aplicar su máxima: “a las putitas, leña; y a los corneadores, también leña”. Esto lo convirtió en un militante despiadado, que en una ocasión, durante un operativo contra una putita de Barracas que corneaba a su marido con todos los comerciantes del barrio, roció con nafta e incineró a la putita y a sus amantes: el zapatero, el kiosquero, y el chino dueño del supermercado de la zona. Esto le valió luego más de un reproche. Primero porque por primera vez se puso en cuestionamiento dentro del CE y de la organización en su conjunto la metodología a utilizar en los operativos. ¿Todo era válido para encarar nuestra lucha? ¿Teníamos algún límite respecto del trato que debían tener nuestras putas esposas o novias y sus machos, cuando estaban a nuestra merced? En fin, la discusión llevó un tiempo, y fue evacuada por los canales orgánicos correspondientes. Marcelino, que era más bien un tipo pacífico, sostenía que el trato debía ser el correcto y que tendría que servir para modificar la conciencia de nuestras putitas y disuadir definitivamente a los corneadores. El “loco” coincidía respecto a la concientización de las minas, pero difería con Marcelino en el hecho de que la organización no podía mostrarse débil en los operativos, y tenía que dar una “lección” a las infieles. Además, proponía estudiar caso por caso, ya que según él había mujeres que eran incapaces de modificar su conducta, y tipos a los cuales les importaba tres carajos la solidaridad de género: si te podían coger a tu mina, te la iban a coger, a si se tratara de tus primos, tus vecinos, compañeros de laburo e incluso amigos. “La organización sólo puede confiar en sí misma, y para afuera debe actuar de forma compacta, sin vacilaciones”, solía repetir el “loco”. Y dio el ejemplo empezando por casa, como quien dice. Es más, se animó a “romper” desde el vamos. En el inicio de la acción contra su putita, golpeamos hasta el cansancio a los jefes de ella el día que copamos la casa donde la estaban enfiestando, y él se animó aquella vez a dejar a la conchuda (no sin antes cagarla bien a piñas y hacerla espectadora de la paliza que le propinamos a sus machitos; para que viera que todos los turros finalmente tienen su merecido). También propuso “expropiarlos”, y en eso todos estuvimos de acuerdo (eran tipos de guita, a los cuales pudimos sacarles dinero luego de “pasearlos” por varios cajeros automáticos de la zona norte de la Provincia de Buenos Aires), ya que  con esa plata podíamos financiar las actividades de COL, y hacer frente a los costos operativos que implicaban las acciones que llevábamos a cabo. Pero volviendo a la discusión acerca del trato durante los operativos, la polémica se zanjó por la intervención de Rubén en el CE, quien hábilmente tomó la palabra luego de las exposiciones del “loco” y de Marcelino, y sostuvo que lo importante era “concientizar” a las putitas –dándole parte de la razón a Marcelino- pero que también resultaba oportuno ejercer el derecho a la violencia en aquellos casos en los que la situación de cornudez fuera lo suficientemente alevosa como para dejar pasar el castigo físico. Con esto “neutralizaba” la postura de Marcelino y le hacía un guiño al “loco”, en un momento en que la organización se estaba dando a conocer al mundo, y la intensidad de sus acciones era la clave para su crecimiento.
Yo, por mi parte, tenía dudas acerca de la actitud que debía asumirse en los operativos. Por un lado creía que el “loco” estaba demasiado sacado. Rechazaba muchos de sus métodos, y sobre todo la soberbia con la que podía llegar a tratarte en caso de mostrar alguna disidencia. Era muy común que te tildara de “blando” (e incluso de “cornudo consciente”, como forma de chicana), si le mostrabas algún resquicio de duda acerca de las acciones de COL. Aunque por momentos le daba la derecha, ya que todo el tiempo teníamos presente (por la innumerable cantidad de casos que nos llegaban día tras día) la crueldad con la que se manejaban nuestras zorras y sus chongos. Allí difería con Marcelino, que todo el tiempo ponía el acento en tratar de “arreglar” las cosas:
-Sólo el amor puede salvar a nuestras parejas. Tenemos que sacar del medio a los corneadores y luego ensayar la comprensión con nuestras mujeres- sostenía.
Frases como ésta me exasperaban. La verdad es que lo quería mucho a Marcelino, había sido mi amigo desde la niñez y nos criamos juntos acá en Villa Pueyrredón, pero su tono conciliador me resultaba patético. En fin, no conseguía adoptar una posición fija acerca de este punto y de algunos otros, siempre equidistante tanto de Marcelino como del “loco”. No tenía tampoco la habilidad de Rubén, que observaba todo con calma y parecía estar más allá del bien y del mal. Él tomaba cada postura de los integrantes de COL con naturalidad, sin inmutarse ante ningún planteo. Claro que luego intervenía, y su decisión, en la práctica, parecía ser siempre la más acertada. Esto pese a que el CE funcionaba como un cuerpo colegiado. A veces me pregunto si esta dependencia respecto de Rubén no fue una falla garrafal en el funcionamiento del grupo; uno de los causales de nuestra espantosa y brutal caída. Pero bueno, la cuestión es que las cosas se fueron dando así. Básicamente porque todo sucedió muy rápido, y porque hubo que actuar muchas veces sobre la marcha. Es que el “día a día” te come: hay que resolver, actuar, tomar decisiones, sobre todo cuando te encontrás con una repercusión impensada acerca de tu proyecto. Eso fue lo que nos pasó a nosotros; y respondimos como mejor pudimos, aunque claro, resultó insuficiente para los objetivos que nos habíamos planteado de entrada.

Como les comentaba, el crecimiento de la organización fue vertiginoso. Muy pronto contingentes enteros de cornudos se acercaron para sumarse al grupo, para hacerles ver a sus putitas que no se la llevarían de arriba como pensaban. En dos o tres meses había “regionales” constituidas por toda la Capital Federal, y al poco tiempo, en las zonas norte, sur y oeste de la Provincia de Buenos Aires, teníamos ya funcionando varios agrupamientos. En poco tiempo se formaron diferentes grupos, algunos de carácter orgánico (los que pertenecían directamente a COL), y otros de “afinidad” o “periferia” (aquellos cornudos que simpatizaban, pero que todavía no habían madurado lo suficiente para ingresar al grupo). Se imaginan que de allí a trascender hacia las otras provincias había un solo paso. Así fue que antes de cumplirse el año de vida de COL, éste ya tenía adeptos en las principales ciudades del país: Bahía Blanca, San Nicolás, Rosario, Santa Fe, Río Cuarto, Córdoba, Paraná, Mendoza, Misiones, Salta, San Salvador, San Miguel de Tucumán, San Juan y Ushuaia, fueron los principales puntos de crecimiento del grupo desde un principio. Luego se sumaron La Pampa, San Luis, Trelew, Corrientes, San Fernando del Valle, Viedma y Posadas, aunque en estos lugares la influencia de la organización resultaba mucho menor y sus acciones eran menos potentes. Finalmente, establecimos contacto con varias organizaciones de cornudos de otras partes del mundo, sobre todo de Europa, EEUU y Oceanía. Formamos con ellos la “Internacional de los cornudos” (cuyas siglas en inglés eran IAC, Internacional Asociation Cuckolds). Allí mandábamos representantes una vez al año para discutir la línea de actuación más conveniente de todas nuestras agrupaciones. Claro que cada organización adaptaba finalmente la línea a las características propias de cada país. Recuerdo que fui como delegado de COL a Sídney, Australia, al II Congreso de IAC, donde se decidió por unanimidad condenar todas las infidelidades, ya sean de varones o mujeres, y donde el representante de la delegación uruguaya de la COLU (Cornudos Organizados por la Liberación Uruguayos), se largó a llorar luego de la declaración final del Congreso (que instaba al combate total contra las turritas infieles), diciendo: “me hizo cornudo hasta con mi abuelo, un viejo de 76 años”.
Lo que estaba claro era que tanta repercusión no iba a pasar inadvertida para los corneadores y para las putas. Tampoco para las autoridades locales y nacionales, que nos empezaron a vigilar de cerca. Hubo ocasiones, por ejemplo, en las que tuvimos que replegarnos durante varios operativos porque los corneadores y sus putitas ya habían sido avisados de nuestra llegada y nos aguardaban con “fierros”, palos y cadenas. Muchas veces su número sobrepasaba al nuestro y más de un cornudo cayó por las balas de estos hijos de puta, o era víctima de una brutal paliza. Lo que sucedía en estos casos, era que los corneadores infiltraban algún “buche” en la organización y éste nos “vendía” mandándonos al muere en algún operativo. También aparecía allí el accionar de las fuerzas de seguridad (que también nos tenía infiltrados con varios de sus agentes), y solía avisar a tiempo, tanto a los machos como a las putas, acerca de nuestros planes. Otras veces, la policía, los corneadores y las atorrantas armaban “fiestas” falsas, sólo para hacernos caer en los lugares y después poder reprimirnos y apresarnos. El juego favorito de estos turros era el de someter (quebrarles la voluntad) a los guampudos para que volvieran a ser humillados por sus mujeres y sus amantes. Esto era peor que la muerte, porque las condiciones de “cornudez” recrudecían hasta niveles increíbles. Por ejemplo, el “negro” Ojeda, un dirigente de la regional de San Fernando del Valle, en Catamarca, que fue apresado y lo convirtieron en la “putita” de todos los “monos” de la penitenciaría local. Su mujer lo visitaba, pero para restregarle en la cara que ahora era más cornudo que antes, y que encima tenía que oficiar de “putito” y de “mulo” dentro de la cárcel, mientras ella era poseída por los mismos machos que se lo cogían a él, sumado a los guardias, al director, y a todo el personal del presidio, que se la garchaban delante suyo en el calabozo.
Aunque también contábamos con agentes dentro de cada fuerza de seguridad que “trabajaban” para nuestra causa. Es que allí también había cornudos (en gran número, como se sostiene desde el saber popular) que sentían la necesidad de utilizar sus posiciones de fuerza para combatir a sus putas mujeres. Al principio esto fue de mucha ayuda, claro que finalmente fueron puestos al descubierto y encarcelados o asesinados por sus propios colegas de armas. No obstante ello, ninguno de estos inconvenientes nos puso de rodillas frente a los corneadores. Por el contrario, cierto sentido de voluntarismo nos llevaba a actuar cada vez con más vehemencia frente al enemigo, y allí siempre se ejecutaba aquello que planteaba el “loco” Sebastián (aunque muchos no estuviéramos de acuerdo), que era la total y absoluta crueldad con quienes encontrábamos “in fraganti” en el acto de la infidelidad. De todas formas, repito, siempre parecía ser Rubén el que “instalaba” los temas y generaba el clima necesario dentro de la organización para después poner en marcha los asuntos. Aquí su postura avalaba la posición del “loco”, y esto lo exaltaba más y provocaba la excitación de sus seguidores internos, creando un ambiente propicio para el choque “palo por palo” contra el mundo exterior, que cortaba de cuajo toda disidencia interna. Claro que no todo era enfrentamiento directo. A veces amagábamos con unir nuestra lucha al resto de los hombres no-cornudos que conocíamos. Así fue que delineamos una política de acercamiento con aquellos tipos que eran infieles a sus esposas o novias. Era una manera de seguir la línea trazada en todos los congresos nacionales e internacionales, o sea, la de combatir la deslealtad sexual o afectiva viniera de donde viniera, ya sea la de varones o mujeres. Esta política, sin embargo, no podía realizarse con la metodología de los operativos contra putonas y corneadores; aquí sí se necesitaba bastante de la “formación” y la concientización, porque a los tipos no podíamos irles de prepotentes a decirles que ya no cornearan más a sus minas. Aunque esto generó un debate interno, ya que algunos integrantes de la organización (un ala que solía plantear habitualmente las problemáticas de género), sostenía que había que actuar de la misma forma en cualquier caso y abrirse a la posibilidad de incorporar mujeres cornudas a la lucha. La mayoría estuvimos en desacuerdo porque entendíamos que la infidelidad de la cual nosotros éramos víctimas se tornaba perversa y abusiva, de forma abierta, mientras que pretendíamos demostrar (quizás equivocadamente) que la infidelidad masculina se llevaba a cabo sigilosamente, de manera discreta y privada. Hoy considero que esto fue un error de caracterización, ya que hubiese sido mejor abrir el juego para no quedar circunscriptos a una sola problemática y así evitar el futuro aislamiento del que fuimos víctimas. Como sea, la cuestión es que nuestros esfuerzos por propiciar esta política de acercamiento con los varones infieles fueron totalmente vanos. Uno de ellos nos dijo una vez:
-Muchachos, ustedes son giles. Las minas nacieron para ser forreadas y usadas. Hay que tenerlas cortitas, y una manera de conseguir que tu señora se quede en el molde es coger con otras minas, en lo posible sin que se entere directamente. Pero eso sí: que lo sospeche, por lo menos. Y si se da cuenta, bueno, que se haga a la idea de que es una cornuda consciente. Así va a sufrir y va a estar siempre a nuestra merced, porque eso es lo que les gusta: que sus machos lleven la voz cantante. Ustedes son cornudos porque nunca les pusieron los puntos a sus minas, porque siempre jugaron a ser los esposos amorosos, protectores y fieles. Ellas les tomaron la mano y se aprovecharon. Ahora jodansé, sigan con sus vidas de cornetas mientras nosotros la ponemos en cualquier concha.
Toda esta situación culminó con la salida de COL de este grupo de compañeros que planteaban la equidad de género. Y por supuesto no logramos atraer grandes cantidades de hombres infieles dispuestos a reivindicarse. Por ende, nuestro machismo nos jugó una muy mala pasada. Esto trajo una dura discusión posterior dentro de la organización por los resultados desastrosos que produjo. Allí la dinámica del grupo se contrajo y generó dudas en la militancia, sobre todo en las bases, lo que revistió cierto estancamiento momentáneo. No obstante, luego de un parate de varios meses, COL resurgió de sus cenizas con una serie de acciones espectaculares que pusieron los pelos de punta a corneadores, putas y agentes del orden. Fueron operaciones simultáneas en varios puntos de la república (que tuvieron lugar en la misma semana) que colmaron de miedo a miles de infieles. Hasta los hombres pararon con las cornamentas a sus minas por temor a una vendetta. Porque la movida fue tan grande, y el impacto que tuvo en los medios masivos de comunicación tan notoria, que más de uno no se quiso arriesgar durante los últimos tres días de los operativos a cometer ninguna traición sexual. Sacábamos a los corneadores a punta de pistola de las casas y los hacíamos arrodillar en las calles o en las rutas, dependiendo de dónde estuvieran. Ahí mismo se los fusilaba sin más trámite. Por su parte, las redes que tejíamos en los barrios y en todos los territorios nos brindaba un caudal de información importante sobre las actividades de muchas personas. Infinidad de gente colaboraba con nosotros aportando datos sobre la vida de putas y corneadores. Esto provocó que nadie llegara a sentirse a salvo de COL, sobre todo en esa semana, que luego llamáramos “la semana gloriosa”. Durante siete días tuvimos en vilo a la opinión pública, y eso no le gustó nada al gobierno y tampoco a la oposición. Por ende, luego de nuestra ofensiva comenzó el desquite por parte de las fuerzas del orden, con la consiguiente colaboración de putas y machos dominantes, por supuesto. Montaron varios operativos para cazarnos y, lamentablemente, más de un integrante de COL cayó en las garras de la autoridad. Cuando caía algún compañero en manos de la policía, siempre estaba presente la mujer o novia de éste junto a sus machos. Era muy común que los corneadores patearan al cornudo primero, y que luego la hembra puta lo obligara, allí frente a todos los presentes, a beber la leche de sus machitos, que ella traía cuidadosamente dentro de su conchita. El cornudo atrapado tenía que dejar bien limpita a su novia o esposa, ante la risa generalizada de policías, gendarmes, y machos dominantes. Acto seguido era conducido a prisión, para seguir padeciendo los tormentos de ser un cornudo humillado.
Pero aún frente a la más salvaje represión – que siguió a los días de la “semana gloriosa” – la capacidad operativa y el margen de maniobra de COL no se redujo. Incluso allí tuvimos el aplomo suficiente para resistir los embates de las fuerzas gubernamentales contraatacando de las más diversas maneras. Una de ellas fue la identificación de los jefes de las distintas fuerzas del orden y su posterior ajusticiamiento. Era el precio que debían pagar por ayudar a los corneadores a salirse con la suya. Además, la organización demostró también aplomo para soportar las humillaciones de las mujeres infieles, que recrudecieron luego de esos hechos, junto a las cada vez más flagrantes denigraciones por las que tenían que pasar muchos compañeros, sobre todo aquellos que caían víctimas de las redadas policiales y de otras fuerzas de seguridad. Es que a partir de allí, tu vida ya no te pertenecía; eras el esclavo del macho (o de los machos) de tu mujer. Podían escupirte, enlecharte, mearte, cagarte, sodomizarte con un palo o algún otro objeto; en fin, era mejor que te mataran que llegar a esa situación. Por su parte, se formó una organización paraestatal que tenía por objetivo reducirnos a la servidumbre o aniquilarnos: COHASI (Cornudos Habrá Siempre). Esta organización nos masacraba de la peor forma; cada compañero que caía en sus manos era directamente violado en banda, obligado a beber semen durante todo el día, y su mujer debía prostituirse para ellos, disfrutando plenamente de servir a sus machos, que se la cogían en patota, a ella y a toda mujer que formara parte de las familia del cornudo (madres, tías, primas, sobrinas, cuñadas, hijas jóvenes; todas enfiestadas y prostituidas por COHASI). Esto era peor que caer en manos de las fuerzas de represión legales. Aunque, no está de más decirlo, COHASI contaba con la colaboración directa del Estado: sus integrantes eran cuadros de la policía, la prefectura, el ejército y los servicios de inteligencia. Es decir, el gobierno y la oposición condenaban públicamente a COHASI, pero luego, daban el visto bueno para su crecimiento, o al menos hacían la vista gorda frente a sus acciones, al mismo tiempo que perseguía con saña a COL y a todo aquel que mostrara algún sesgo de simpatía para con nuestra causa.
No obstante, pese a la resistencia que mostró la organización frente al aluvión represivo, la capacidad política y operativa de COL fue disminuyendo a medida que no se vislumbraba una alternativa clara de poder, o sea, la posibilidad concreta de dar un vuelco decisivo en la correlación de fuerzas y tomar el control y las riendas de la sociedad. El “palo por palo”, que era nuestra respuesta a la escalada represiva que caía sobre nosotros, nos fue desgastando y aislando, como era lógico. Sólo en los meses posteriores a la “semana gloriosa” se pudo discutir seriamente sobre eso. El “loco” Sebastián insistía en que había que acelerar los tiempos y atacar directamente al gobierno y al Estado, ya que la organización tenía las espaldas suficientes para aguantar cualquier ofensiva que se propusiera. Esto no resultaba cierto, ya que el Estado, el gobierno, sus fuerzas de seguridad y los “paras”, comenzaron a acorralarnos poco a poco. Nosotros no debíamos ir al “palo por palo”, porque allí ganarían siempre ellos, que eran fuerzas regulares con equipamiento y logística muy superiores a las nuestras. Debíamos replegarnos, cuidar nuestras fuerzas y volver al trabajo de base y concientización. Pero cuando lo advertimos ya era tarde; el escarmiento estaba a punto de tronar de un momento a otro.

En un lapso de seis meses fue literalmente desbaratada la organización. Los golpes eran continuos y no nos daban el tiempo suficiente para reaccionar. En las redadas caían los mejores militantes de COL y pasaban a engrosar las celdas de las cárceles. Nos fueron cazando como moscas. Los que no eran cazados, simplemente caían bajo el fuego enemigo. Algunos tuvieron la suerte de huir hacia Brasil o Paraguay; otros eran interceptados en el intento y los apresaba la gendarmería en la frontera. En mi caso, caí con el “Hacha” y Marcelino en un operativo conjunto entre policía y gendarmería, con ayuda de integrantes de COHASI, que hacían de “quinta columna” de las fuerzas de seguridad. Fue en una reunión que manteníamos en Carapachay, donde también cayeron otros militantes de segunda línea de COL. Al “loco” Sebastián no pudieron agarrarlo vivo: lo abatieron en una estación de servicio en la ruta camino a Junín (donde huía cercado por la policía provincial). En el parte policial afirmaron que quiso resistirse con su calibre 38, el que casi no pudo utilizar, ya que la lluvia de balas que cayó sobre él lo redujo al instante, perdiendo su vida en el acto. Un digno final, sobre todo para alguien que no estaba dispuesto a caer en manos enemigas. Esto, según se supo después, le valió la baja de la fuerza policial a quien estaba a cargo del operativo- el Comisario Beltramo- ya que las autoridades pretendían agarrarlo con vida por pedido expreso de los jefes que se enfiestaban a la novia, que querían humillarlo y torturarlo indefinidamente. Por su parte, no tardaron mucho en dar con el líder de COL, el “comandante Rubén”, que fue atrapado con ayuda de Yolanda, la colorada de las súper tetas, que lo denunció luego de que intentara huir al extranjero, en el aeropuerto de Ezeiza. Así, con la caída de todo el CE, de la destrucción de todas las regionales, el fin de la organización era un hecho consumado. Había llegado, ahora sí, el momento del desquite de nuestros enemigos.

En la cárcel pasé cerca de dos años. En ese lapso, fui víctima de guardias y otros presos que hacían conmigo lo que querían. Me cogían a cualquier hora y en cualquier momento. Era la “putita” del piso del penal, junto a otros compañeros de COL, que también eran víctimas de los abusos allí dentro. A veces venía Silvia, mi mujer, para ver cómo era sometido a las torturas y  caprichos sexuales de los reclusos. Llegaba acompañada de su macho, Rocamora, y de paso se hacía coger por todos, como tanto le gusta. Era impresionante la cantidad de leche que tenía que tragar en ese tiempo. Más de la que habrá tragado mi señora, eso se los puedo asegurar. Cuando por fin quebraron definitivamente mi voluntad, me dejaron en libertad. Bah, es una forma de decir; en realidad me mandaron a vivir con mi mujer y su macho, para que les haga de sirvientes. Me convertí en el “putito” de Rocamora, al cual tengo que mantener prostituyéndome por la zona de Constitución. Silvia, por supuesto, hace rato que se prostituye para él, pero “atiende” en nuestro departamento, porque, como dice nuestro macho, “que la calle la haga el mariconcito de tu marido”. Por su parte, Rubén, el “comandante”, luego de varios años de prisión (con violación y sometimiento incluido) fue castrado por pedido de su mujer, que lo convirtió en un eunuco cornudo. La colorada está más puta que nunca; se deja coger por cualquiera, en la calle, en la casa, o donde sea. Eso sí: a él lo lleva en cuatro patas por la calle y con una soga de perro, haciéndole lamer los zapatos de todos los machos que la poseen. Luego le da de tomar la “lechita” de todos los tipos directamente de su vagina, y él, como todo perrito obediente, la deja limpita, sin ningún rastro de semen. En fin, podría ahondar en más detalles acerca de las aberraciones a las que nos sometieron, pero sería redundar en descripciones que quizás no vengan al caso. Lo importante es reconocer que sufrimos una dura derrota, y que esa derrota selló para siempre el curso de nuestras vidas al convertirnos en eternos sirvientes y cornudos de nuestras mujeres y de sus machos. Porque de esto no vamos a salir más, nuestra voluntad está quebrada y sólo nos quedan fuerzas para obedecer. Los designios y caprichos de nuestros amos son los únicos objetivos que tenemos por el resto de nuestra existencia. Nunca volveremos a coger con nuestras minas ni con ninguna otra. Para peor, deberemos seguir soportando que diferentes hombres nos cojan la boca y el orto. Algunos de nosotros, por su parte, y dependiendo de las ganas de las putas y los corneadores, apenas si pueden hacerse la paja. Es que muchos amos torturan a los cornudos con la acumulación de leche en los huevos, tornando insoportable la vida en ciertos casos. Rocamora, por suerte, me deja pajearme casi todos los días, porque, según le dice siempre a Silvia, “es para lo único que sirve el cornudo imbécil de tu marido”. Ambos ríen luego de este tipo de frases, mientras yo me descargo patético mirando fijo el culo o las tetas de Silvia, antes que Rocamora, otro macho, u otra tanda de machos se dispongan a cogerla como lo hacen siempre. De todas maneras sostengo que nuestra lucha no ha sido en vano, que nuestro ejemplo será tomado por las generaciones futuras, porque las condiciones de cornudez seguirán generando la oposición y resistencia de maridos  no complacientes, de hombres dispuestos a alzarse contra la tiranía de sus putitas. Llegará el día en que las infidelidades habrán desaparecido de la faz de la tierra, y ese día, aunque nosotros no lo veamos, quienes sean protagonistas y testigos de tal acontecimiento, sabrán que alguna vez existió un grupo llamado COL, y que fue precisamente esa organización la que encendió la mecha para iniciar el camino definitivo a una sociedad sin corneadores ni cornudos. 

FIN.

AUTOR: Licurgo el Espartano(c) 2015-2016  —  Derechos del autor.
Este relato se publica en este blog con permiso de su autor.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

MARAVILLOSO!!!!EPICO!!! ES LA ILIADA DE LOS CORNUDOS!!

carlosnava@hotmail.com

Vladimir La Croix dijo...

Bravo... Me gusta para base de una novela donde ahonde en origen, fundación y todo lo que paso, ascenso y caida... Genial.... Me dejo con ganas de mas en la venganza de los Cornudos.

Vladimir La Croix dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
jlucas84 dijo...

de aca, uno siempre sale con ojeras.

Hdoeh dijo...

Que buena descripción. Tan distópica.

Anónimo dijo...

YO QUIERO LA CONTINUACION DEL RELATO DE JUNIOR!!!! Me gusta mucho relatos de madres y hijos amamantando, por favor Rebelde, quiero la continuacion! Saludos desde Brasil. Eviarme por favor : luigidias90@yahoo.com

Publicar un comentario

Aviso Legal

Todos los personajes de todos los relatos y de los adelantos, previews o fragmentos de relatos del blog Rebelde Buey y sus blogs derivados, incluidos los comentarios y relatos de sus lectores, son mayores de 18 años. Cualquier otra interpretación es errónea y corre por cuenta de quien lo interprete. Los nombres, los personajes, las anécdotas y cualquier otra idea, situación, diálogo, etc. del blog Rebelde Buey y sus blogs derivados son absoluta ficción.